martes, 27 de mayo de 2008

FINALES EDAD MEDIA


LOS ÚLTIMOS SIGLOS MEDIEVALES

Anteriormente ya hemos hablado de la Edad Media en su contexto general, pero queriendo ampliar más nuestra visión del mundo de la época y de los valores que lo constituyen hemos querido ahondar brevemente en algunos de los aspectos fundamentales del período que abarca los siglos X al XV, y que conoceremos bajo el nombre de Baja Edad Media, para diferenciarla de la Alta Edad Media que correspondería al momento del surgimiento de este nuevo orden de Europa. Para comenzar haremos una pequeña reseña histórica que nos permita adentrarnos en los básicos de este tiempo.

A diferencia de los siglos anteriores, ya desde el siglo X Europa está en un momento de fortalecimiento interno y de particularización en relación al mundo de Oriente. Es así como tenemos que ya han cesado las constantes oleadas de los distintos pueblos germanos, que la población ha comenzado a vivir una lenta pero permanente mezcla entre las distintas culturas; ya han surgido los diversos reinos y los territorios feudales se han consolidado, y lentamente se han ido diferenciando los distintos pueblos, a la luz de una diversidad de características tales como el idioma, los rasgos raciales, las costumbres, etc. Dentro de toda esta Baja Edad Media, nombre que no tiene ningún sentido peyorativo, podemos observar que el motor que impulsa toda la sociedad es la fe, el mundo de la cristiandad, que logra aunar los distintos criterios y que moviliza a Europa entera. Esta influencia es tan grande, que podemos verla en distintos aspectos tales como la vida política, la cultura, las artes en general, la vida militar, la música, el lenguaje cotidiano, es decir, en todas las dimensiones de la vida diaria.

Históricamente podemos decir que la influencia de los Imperios de Carlomagno (768-814) y de Otón (936-973) son claves para entender la relación que va a existir entre lo que es el poder del Imperio (lo llamaremos poder Temporal) y el poder de la Iglesia representado en la figura del Papa (lo llamaremos poder Espiritual). Con estos emperadores, que gobernaron lo que conocemos como el Sacro Imperio Romano Germano, se tiene una idea que llevará a posteriores conflictos, pues se decía que el emperador debía intervenir en los asuntos eclesiales, ya que era una suerte de tutor, lo cual en un principio se logró vivir de la mejor manera, pero con posterioridad desencadenó un número importante de abusos, lo que conllevó a la primera ruptura que se producirá en el siglo XI entre el Papa Gregorio VII y el emperador Enrique IV. El Papa va a determinar que es la Iglesia la que debe resguardar el poder temporal, ya que éste es dado por Dios, y no viceversa. Esto desencadenó que en el año 1075 el Papa dictara los Dictatus Papae (Dictados del Papa), en los cuales se dejaba en claro este asunto. Podemos preguntarnos cuál es la importancia de estos asuntos para hoy, y la respuesta necesariamente nos hace ver que nuestra situación actual de la Iglesia sin influencia del Estado, si bien es un tema definido en el siglo pasado, tiene un génesis muy anterior, que se remonta a las constantes disputas que parten ya en el siglo XI hacia delante, con posteriores uniones y separaciones de los dos poderes.

A partir del año 1095 se predica la participación en una campaña militar-religiosa que va a unir a toda Europa bajo un mismo objetivo: el rescate de la Tierra Santa (Palestina) ya que ésta se encontraba en manos de los musulmanes. Así se dará inicio a la primera de un total de ocho Cruzadas, que se prolongarán hasta el siglo XIII, las cuales convocarán a toda la sociedad de la época, incluidos reyes, grandes señores, obispos y todo el pueblo. Es una empresa que incluso traspasa las fronteras regionales, y une a los distintos territorios europeos.

Avanzando en el tiempo, durante los últimos años del siglo XII y comienzos del XIII podemos vislumbrar un período glorioso para toda Europa, hay una renovación en el ámbito espiritual con las conocidas Órdenes Mendicantes (los actuales Franciscanos y Dominicos), quienes fueron fundados por San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán, y por otra parte tenemos al pensador más grande de la cristiandad, conocido como el “Doctor de los Ángeles”, es decir, Santo Tomás de Aquino, quien hace una síntesis magistral y renueva todo el conocimiento de su tiempo, trayendo a la luz los estudios clásicos, en especial a Aristóteles, siendo la figura más ilustradora del gran auge de la universidad como un centro de estudio (lo veremos más adelante).

En el ámbito político y social el siglo XIII va a dar paso a un siglo XIV cargado de grandes conflictos bélicos y de grandes epidemias. Primeramente comienza en el año 1337 la Guerra de los Cien Años, en la cual la lucha tiñó de sangre a franceses e ingleses por la sucesión del trono galo. A esto hay que sumar que algunos años antes (1305) el papado se había trasladado desde Roma a una ciudad al sur de Francia llamada Avignon, lo cual desembocó en una problemática posterior y en una gran crisis religiosa del siglo XIV conocida como el Cisma de Occidente. En el año 1348 toda Europa se ve asolada por una gran mortandad traída desde el Oriente, y conocida comúnmente bajo el nombre de la Peste Negra, que en realidad era una peste bubónica y que diezmó a la población del continente, lo que obviamente trajo consigo un proceso de decaimiento y de empobrecimiento generalizado. Finalmente podríamos decir que este complejo siglo XIV va a llevarnos a un siglo XV que en su final va a florecer con nuevas fuerzas, con los descubrimientos geográficos por parte de Portugal y de España, y con lo que conoceremos como el Humanismo y el Renacimiento.


Algunos Valores del la Baja Edad Media:

En primer lugar debemos decir que el término cristiandad refleja un valor fundamental en la Edad Media, puesto que nos orienta hacia una sociedad unida a la Iglesia, con una base fundamental en la fe. Imperio e Iglesia están unidos, y podríamos decir que constituyen el cuerpo y el alma de Europa, y si bien vimos que hubo algunas complicaciones a partir del siglo XI con Gregorio VII y Enrique IV, podemos decir que en el sentir de toda la comunidad aparece esta unión que forjó una sociedad entera, y que llega a su esplendor en los siglos XII y XIII. Reflejo de este valor son las grandes movilizaciones que constituyen las Cruzadas, las cuales se hacen en pos de una fe que orienta la vida.

En el mundo de las artes, la creación arquitectónica tiene un cambio importante. El románico, estilo imperante en la primera parte de la época medieval, va dando un lento paso a lo que van a constituir las grandes construcciones de catedrales de fines del XII y parte del siglo XIII. Nos referimos al estilo gótico, característico del interés de esta época de poder demostrar a través de todas las manifestaciones el tema religioso. Este estilo se caracteriza por el uso de la ojiva y no el arco de medio punto que era propio del románico. Son construcciones muy altas, que pretenden unir al hombre con el cielo, representan la magnificencia del Creador y la pequeñez del hombre; son luminosas, con vitrales que representan imágenes religiosas, y que muestran un espíritu particular y propio de esta Edad Medieval.

Finalmente, sabiendo la cantidad de temas que son importantes pero que omitimos para no extendernos, vamos a hacer mención a la figura de Santo Tomás de Aquino (1227-1274) y su gran aporte al mundo hasta hoy: la Síntesis entre Fe y Razón. Él logra captar de manera brillante los puntos en los cuales se puede fundamentar la fe pero vista desde la racionalidad; su trabajo constituye el mayor esfuerzo hecho por la intelectualidad humana para captar lo esencial del conocimiento divino. Sus obras son tanto del ámbito de la filosofía como de la teología, pero abarca un montón de otros temas que son de plena actualidad. Él rescata todo el pasado aristotélico de la filosofía, cosa inédita hasta ese momento, e incluso se nutre de pensadores musulmanes para poder ampliar su conocimiento. Sin lugar a dudas constituye un modelo para la vida de cualquier estudiante universitario, y es un autor fundamental para cualquier estudio serio de filosofía o de teología, además de muchas y variadas disciplinas intelectuales. Al concluir hemos querido unir a este punto el tema de la universidad medieval, que va a constituir el gran esfuerzo por ordenar y sistematizar los estudios y el conocimiento en general, con grandes maestros y pensadores y con un sistema basado en el conocimiento lo más universal posible, fundamentado en dos grandes ámbitos que son el Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica) y el Quadrivium (Música, aritmética, geometría y astronomía), para así constituir personas sabias y cultas que aporten al bien común de toda la sociedad.

INICIOS EDAD MEDIA


CRISTIANISMO EN LOS PRIMEROS SIGLOS
DE LA EDAD MEDIA

Al hablar de Edad Media estamos ante un proceso de larga duración, que necesariamente lleva al cuestionamiento del nombre mismo. Éste se debe a un autor de finales del siglo XVII. Al momento de entrar en el convencionalismo de la periodificación cronológica debemos mencionar que el comienzo se sitúa alrededor del año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente, aunque sabemos que este hecho puntual es el punto final de una serie de influencias entre los distintos pueblos desde muchos años antes. El término se lo coloca alrededor del siglo XV con la caída de Constantinopla (1453, a manos de los turcos). Estos criterios son más bien arbitrarios, ya que la formación medieval es muy intensa y a la vez muy compleja.

Quizás el punto de partida sea entender que la Roma Imperial está en un proceso de decaimiento muy fuerte, tanto en sus fronteras como en su interior. La expansión romana quería llegar hasta donde más se pudiera avanzar, pero el grave problema que surge es que a medida que se avanza se encontraban con más y más bárbaros. Las fronteras son una constante entrada y un mundo de gran intercambio, tanto económico como racial. Al interior de Roma la crisis toma los distintos ámbitos del poder, el cual tiende a centralizarse y a sacralizar todo para así intentar fortalecerse. El mundo religioso también está en crisis, ya que la religión oficial va decayendo y lentamente van surgiendo una serie de cultos venidos fundamentalmente de Oriente, los cuales se dan de manera masiva. Junto a esto está surgiendo de manera cada vez más fuerte el cristianismo, que será uno de los pilares del mundo medieval.

Podemos preguntarnos cómo es posible que dentro de la sociedad romana hayan existido cambios tan profundos que desembocaron en lo que nosotros estudiamos. Simplemente podemos responder que a través de largo tiempo toda la estructura latina se fue desarticulando, tanto es así que a partir del siglo III, IV y V la población se va a los campos, abandonando los grandes centros urbanos de la Antigüedad. Se piensa que una de las razones fundamentales de este éxodo masivo haya sido la escasez de alimentos, y por otro lado, la llegada constante de los distintos pueblos germánicos.

La llegada de los distintos pueblos germanos (conocidos como bárbaros por lo romanos) se cita a través de una fecha clave, el año 476, en donde cae definitivamente la ciudad de Roma, pero este proceso es mucho más largo. Si bien desde el siglo III el “Limes” -frontera- del Imperio se había resguardado para evitar el ingreso de tribus germánicas, algunos grupos se fueron asentando e incluso formaron parte de las tropas romanas. Como estos pueblos venían desde el Oriente tenían contacto con el mundo Imperial a través de Constantinopla, pero alrededor del año 375 los Godos (germanos que habitaban la actual Rusia), los cuales se encontraban al este del Danubio, tuvieron que avanzar debido a la amenaza de los hunos. Así comenzó este proceso que llega a un punto máximo en el año 476. Finalmente este proceso parece terminar en el siglo VI con la llegada de los longobardos a la península itálica, y el asentamiento definitivo de estos pueblos en Europa.

Junto a todo lo anterior, debemos hacer mención con mayor detalle al cristianismo dentro de la configuración de la Edad Media. Esta nueva religión fue tomando un lugar importante dentro del mundo romano. El monacato se dio como una respuesta a este tiempo, y así surgen monjes que se van instalando en lugares rurales, alejados de las ciudades, dedicándose a la oración y al trabajo. Ellos fueron evangelizando Europa, y a su alrededor se fueron agrupando gran cantidad de labriegos del campo. La figura más importante aquí es San Benito, quien fundó su primer monasterio en el año 529.

Para completar esta breve mirada a lo que es el mundo de la Edad Media no podemos dejar de mencionar el aspecto intelectual. Grandes pensadores dieron vida a este importante período histórico. Ellos surgieron, en su gran mayoría, de las filas del pensamiento cristiano, muchos de los cuales son conocidos como Padres de la Iglesia. Es el pensamiento de estos hombres medievales, que podemos decir culmina con la escolástica, lo que es digno de destacar. Tal vez el primero en importancia y que debemos mencionar es San Agustín, obispo de Hipona, quien vivió entre los años 354 y 430. Él tiene una gran cantidad de estudios de filosofía, y destaca su vivencia biográfica y su perspicacia para poder entablar los distintos cuestionamientos de su alma y de su intelecto prodigioso. Existen otros pensadores muy importantes como San Anselmo, Escoto Erígena, Pedro Abelardo, pero sin duda el más notable de todos es Santo Tomás de Aquino. Él vivió en el siglo XIII y llevó a cabo, dentro de un ambiente convulsionado, la síntesis más grande del pensamiento cristiano: la unión de la Fe y la Razón.

Para finalizar queremos dejar mencionado que junto a todo lo anterior existen fuerzas que están actuando de forma paralela a este mundo occidental. Nos referimos en particular al mundo islámico que desde el siglo VIII está presente en Europa a través del Califato en España, y en segundo lugar a todo la cultura que se desarrolla en la parte Oriental de Europa, es decir, Bizancio, cuya capital (Constantinopla) era un baluarte del mundo clásico en medio del ámbito medieval; se encontraba además incesantemente amenazada por la invasión musulmana.


Valores del Mundo Medieval:

El mundo medieval, tan complejo por su extensión y por su formación misma, tiene hoy en día una valoración muy grande, ya que se ve en él el origen del mundo Occidental como lo entendemos ahora. Los medievales fueron los primeros hombres propiamente europeos-occidentales, desarrollan una particular cultura basada en tres pilares fundamentales que darán paso a toda la formación posterior:

a) El mundo Clásico

b) El Mundo Germano

c) El mundo del Cristianismo.

Al contemplar estos tres componentes podemos darnos cuenta que existe en potencia todo lo que más tarde llegará a ser Europa. Incluso existe una manera geo-histórica al estilo del Viejo Continente que se traspasa incluso hasta nosotros en Chile. Esto es tan así, que incluso la “Declaración de los Derechos del Hombre” que se dio en la Revolución Francesa (siglo XVIII) fue una recopilación del pensamiento del cristianismo medieval, y eso llega también hoy a nosotros.

Resulta interesante ver también como un valor todo el sistema social - valórico - agrícola que se encuentra regulado por la religión, y que dará paso a lo que conocemos como el Feudalismo. El valor del feudalismo (como concepto o idea), aunque no se encuentre presente como tal más allá del siglo XV, ha permanecido a través del tiempo incluso en parte hasta los siglos XVIII y XIX.

Otro valor importantísimo es la idea de la caballerosidad dada a través de la literatura y de la poesía. El idioma es muy importante, ya que se van dando lentas variaciones al latín, y mezclas con los lenguajes locales, lo cual originará las posteriores diferencias lingüísticas como las conocemos nosotros.

No podemos dejar de lado la indiscutible importancia que tiene para la vida de la época la religión, ya que ordena, legitima y llena los distintos ámbitos de la vida, siendo un valor que perdura en muchos aspectos que aún se conservan tanto en el ambiente eclesial como en el ámbito social, político, etc.

Ya avanzada la Edad Media se da una suerte de universalidad de los conocimientos, facilitada enormemente por el uso común del latín, y es así como surge el valor de la Universidad, con una síntesis entre la Fe y la Razón. Incluso nuestra manera actual de ver muchas veces la Fe en contradicción con la Razón tiene su origen en las bases medievales que sirvieron para el cuestionamiento en posteriores.

Finalmente queremos mencionar que la Edad Media constituye un período de gran importancia para poder entendernos nosotros mismos como sociedad, ya que la forma de vida occidental que se implanta en Europa es traspasada y vivida en América y en todas las colonias europeas que existen en el mundo.

INICIOS DEL CRISTIANISMO


EL NACIENTE CRISTIANISMO

El cristianismo constituye una de las bases fundamentales de nuestra cultura occidental, y se perpetúa hasta ahora como una de las religiones monoteístas más extendidas en el mundo, y la más grande en Occidente. Esta influencia resulta tan importante que si nos detenemos a mirar nuestros propios nombres nos daremos cuenta que la mayoría son nombres cristianos, que celebramos cada año la Semana Santa y también la Navidad, recordando los principales hechos de la vida de Jesús. Pero podemos preguntarnos cómo esta religión surgida en un rincón del Imperio Romano llegó a ser tan importante y a constituirse en la oficial. A continuación intentaremos dar una aproximación a estos temas.

Jesús antes de partir al cielo (ascensión) dejó la misión a los apóstoles de ir y predicar la Buena Noticia por todo el mundo, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta misión encomendada es fundamental para poder entender cómo esta fe de un grupo pequeño de judíos logra expandirse por todo el mundo. Primeramente los discípulos comienzan su predicación el día de Pentecostés (50 días después de la Resurrección), alrededor del año 30. Al igual que Jesús, estos primeros miembros de la Iglesia eran hebreos que siguen llevando una vida de judíos piadosos y obedientes a la ley, pero añaden algo nuevo: todas las promesas de los profetas se han cumplido con la llegada de Jesús.

La primera apertura es hacia los que no son judíos, ya que después de la muerte de uno de los cristianos llamado Esteban todos los seguidores de Jesús tuvieron que huir de Jerusalén hacia tierras extranjeras, continuando allí la predicación. Estos discípulos tuvieron que ponerse de acuerdo ya que prontamente vino una gran interrogante en relación a los que no eran de origen hebreo, que consistía en si era o no necesario hacerse judío para ser cristiano. Gran importancia tuvo aquí la visión de Pedro (cabeza de la Iglesia) y también la labor de Pablo, quien pasó de perseguidor de los cristianos a ser el más grande evangelizador de la fe a los pueblos paganos. La Iglesia se hace así realmente universal, llegando primeramente a todo el ámbito de la cultura helénica y luego hasta la mismísima Roma, centro del mundo y capital del Imperio.

Luego de la muerte de los Apóstoles la Iglesia vive un momento de formación durante los primeros siglos, en un ambiente hostil y pagano que veía entre los cristianos una secta que tenía una serie de características negativas, ya que no creían en los dioses, eran incestuosos y licenciosos (porque se reunían en la noche y además entre ellos se decían hermanos y se casaban) y también antropófagos (comían el cuerpo y la sangre Cristo: Eucaristía). Todo este ambiente tan adverso se plasma en una serie de persecuciones que ocurren durante los primeros siglos, y que llegan a su máxima expresión en el siglo III. Las persecuciones eran medidas tomadas por el Emperador Romano y que se aplicaban en todas partes. La sangre derramada por los que confesaban su fe fue la que fortaleció a los demás y dio ejemplo a muchos no creyentes que impresionados frente a estos héroes del cristianismo se convertían al mensaje de Cristo. Ya en el año 313 toda esta situación cambiaría gracias a que el Emperador Constantino, hijo de una madre cristiana decreta el Edicto de Milán, que permite la libertad de culto para los cristianos. Pasarán algunos años hasta que en el 380 a través del Edicto de Tesalónica el Emperador Teodosio declare el cristianismo como la religión oficial del Estado. Así Roma pasó de ser pagana a ser un inmenso Imperio cristiano. Luego, con la llegada de los distintos grupos de germanos que invadieron los territorios romanos, se formó un nuevo orden social y cultural, constituido por lo que era el mundo latino clásico, los germanos invasores y esta nueva religión universal que era igual para todos: el Cristianismo. Esto es lo que nosotros conoceremos más adelante como Edad Media.



Valores del Cristianismo:

Podemos mencionar que los principales valores de esta nueva religión que se instaló en el Imperio romano son muchos, ya que no sólo abarcan lo que es el ámbito de la fe, sino que van más allá. El ser cristiano implica necesariamente un comportamiento ético y moral de acuerdo a lo que se profesa como fe, ya que el mensaje de Jesucristo es para la vida en su totalidad, y no para un ámbito solamente. Así, podemos mencionar en primer lugar el valor de la unidad en Cristo. La Iglesia a través de muchos siglos estuvo unida en la labor de entregar el mensaje de Cristo, y aunque en nuestros días muchos cristianos estén separados de la Iglesia Católica, aún están unidos por el deseo de que el mensaje de Jesús sea el que perdure.

Otro valor que resulta interesante es la valentía de entregar la vida por la fe (mártires), ya que ellos dan una muestra única de que el cristiano debe llegar a tal coherencia en su vida que no se puede dejar que la fe sea lastimada por el Estado. Esto es un mensaje muy actual, ya que constantemente se ve una suerte medidas que atentan contra la vida o contra las creencias, y es un llamado a hacer valer nuestras propias creencias en un mundo que es hostil.

La preocupación intelectual es un valor importante, ya que a través de los siglos los cristianos se dieron cuenta de la necesidad de estudiar y de ir profundizando en la fe, a la vez que debían instruir a las personas en una educación que reflejara el espíritu del mensaje de Jesús; es así que durante gran parte de la Edad Media los que copiaban los textos antiguos y preservaban el conocimiento fueron los monjes, y en nuestros días las distintas instituciones católicas como universidades, colegios, etc. Continúan con esta labor.

Al concluir este breve análisis queremos mencionar como un último valor del cristianismo la importancia que éste le da a cada uno de los seres humanos, porque por más cotidiano que nos parezca esta noción de que todos somos iguales pues todos somos creaturas de Dios, no es algo vivido por todas las culturas y credos religiosos, pero en sí mismo constituye un aspecto que ha sido expuesto por el mismo Jesús, que no hizo diferencia entre ningún pueblo o nación, ni entre ninguna raza o condición social.



Las Herejías de los primeros siglos cristianos:

El problema de las herejías se encuentra presente en toda la historia de la Iglesia. Hay muchos tipos de herejías, pero aquí nos concentraremos fundamentalmente en aquellas herejías ético-religiosas que conciernen a la doctrina eclesial. Es importante destacar que la historia se vale de los movimientos heréticos para poner de manifiesto la esencia misma de la doctrina y la correcta valoración teológica. La esencia de la herejía es el unilateralismo y el subjetivismo , y muchas veces no es la pura reflexión la que da origen a ellas. Durante los primeros siglos del desarrollo de la cristiandad hubo, por ejemplo, herejías que eran copias de otros sistemas filosóficos o conceptos religiosos recibidos , como por ejemplo el milenarismo y la gnosis judeizante.

Durante el siglo I y II existe una multitud de herejías, de las cuales mencionaremos fundamentalmente cuatro:

a) La Primera tiene que ver con las ideas provenientes del judaísmo y que fueron mal interpretadas por ciertos cristianos, que entendiendo la figura del Padre como único Señor se desviaron de la correcta explicación de la persona del Hijo, éstos son conocidos como Monarquianos.

b) Una segunda herejía que podemos mencionar es lo que conocemos como gnosticismo. En este punto es importante destacar que el gnosticismo responde más a una corriente que se plasmó en distintos movimientos heréticos a lo largo de la historia. Surge como un movimiento pagano religioso pero lo que a nosotros nos interesa es su derivación como movimiento herético cristiano, lo que no es más que una mezcla de religiones (sincretismo). Gnosis significa conocimiento , y en el sentido de herejía es un conocimiento salvífico. La idea fundamental que se da en el siglo II es que existe una suerte de conocimiento salvífico que era accesible sólo a unos pocos . Existe una relación entre lo cósmico y lo Revelado, por lo tanto podemos deducir que existía una visión dualista del mundo. En la gnosis cristiana el papel mediador lo cumplía un cuerpo celeste llamado Jesucristo. Hubo hasta treinta sistemas gnósticos diferentes.

c) Marción creó un sistema gnóstico que fue el más cristiano y más serio en lo moral y religioso. Él era un teólogo y político y fundó finalmente su propia iglesia. Defendía una separación de todo lo que era específicamente judío. Contradice absolutamente los dos Testamentos, y elabora un Nuevo Testamento (por ejemplo eliminó el comienzo del Evangelio de San Lucas).

d) El Maniqueísmo es otro movimiento gnóstico, que radicaliza el dualismo entre el bien y el mal; la luz es la fuerza del bien y la materia es mala, por esto se proscribe la abstinencia de lo material y del matrimonio, que es condenado.

Un punto importante de destacar de este período es que los herejes saben perfectamente que se están oponiendo a la predicación apostólica, tanto a la primera profesión de fe de los Apóstoles como a la fijación del Canon de las Escrituras.



Las Herejías del Siglo III en Adelante:

Junto con la elaboración de los Dogmas de Fe, que son “verdadedes formuladas conceptualmente y que la Iglesia propone como obligatorio para todos, ya que se encuentran enunciados de una u otra forma en la Revelación”, surgen una cantidad importante de herejías que se van desarrollando al interior de la Iglesia, en un intento de responder a las dificultades surgidas en el análisis de la fe. Aquí haremos mención fundamentalmente a dos grandes temas que agruparon cinco herejías del mundo antiguo: La cuestión Trinitaria y la Cuestión Cristológica.

Arrianismo: Su fundador es el presbítero de Alejandría llamado Arrio (256-336). Su problema fundamental es que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no es Dios. Para él Cristo no es consubstancial al Padre, sino que es hecho de la nada, no engendrado. Esto significa que Jesucristo no sería Dios, por lo tanto la salvación no sería verdadera, porque no estaría actuando el Salvador. Esta herejía se propagó por todo Oriente y por distintas tribus germanas del Imperio, por su clara conexión con el paganismo. Fue condenado en el Concilio de Nicea en el año 325. Con posterioridad su herejía fue cuestionada nuevamente en Constantinopla el año 381.

Pelagianismo: Fundado por Pelagio, quien era un monje nacido en Bretaña en el 354 y murió el 422 aprox. Su teología consistía en que el hombre no necesita de la gracia del Espíritu para obrar el bien, y niega también la transmisión del pecado original. Tuvo grandes opositores en San Agustín y San Jerónimo. Fue condenado en el Concilio de Orange el año 529.

Nestorianismo: Fundado por el Patriarca de Constantinopla (Obispo) Nestorio (381-451) intentó responder a la pregunta de cómo las dos naturalezas se unen en Cristo. Llegó a decir que no hay una plena unión, sino que hay dos personas, una persona humana y una divina. Fue condenado en el Concilio de Éfeso el año 431, donde también se declaró a la Santísima Virgen como Theotokos (Madre de Dios), ya que ella es madre de la persona de Cristo, que es una y es tanto Dios como hombre.

Monofisismo: Fundado por el monje Eutiqio o Eutiques (378-451) profesa que en Cristo existe una sola naturaleza, la divina, ya que la humana queda absorvida en la divina. Está en clara oposición al Nestorianismo, pero radicaliza equivocadamente su postura. Fue condenado el 451 en el Concilio de Calcedonia.

Monotelismo: Fundado por el Patriarca de Constantinopla Sergio (610-658), propone una herejía muy cercana al monofisismo. Sostenía que en Cristo hay una sola voluntad, la divina. Fue condenada en el Concilio de Letrán en el 649 y luego en el VI Concilio Ecuménico de Constantinopla ( 680-681)



La Época de la Formación Doctrinal. “Los Padres de la Iglesia”:

Lo que fundamentalmente nos interesa en este punto es comprender que el proceso de la historia de la Iglesia no es hecho al azar, sino que es producto de una lenta y fructífera formación que se da en el marco de los último siglos del Imperio Romano como tal. La unidad del cuerpo de Cristo (la Iglesia) nunca fue una adhesión de distintas partes, sino que se fue amalgamando periódicamente con la formulación de dogmas y la necesidad de encontrar una unidad en la diversidad del mundo. Lo fundamental fue que el centro de todo plan histórico estuvo y está en Cristo. En este hermoso camino las figuras más importantes dentro de la formulación doctrinal fueron los Padres de la Iglesia, quienes desde las enseñanzas de los Apóstoles fueron desarrollando una Teología que iluminó y guió a la Iglesia a través de los siglos, hasta ya comenzada la Edad Media. Los podemos agrupar en distintos sectores según los años y su lugar geográfico:

i) Los Padres Apostólicos: Testigos de la Iglesia Primitiva desde el 90 al 150. Algunos son San Ignacio de Antoquía, San Policarpo de Esmirna.
ii) Los Padres Apologistas: Su nombre proviene porque son los defensores (apologetas) del cristianismo contra el Estado y la filosofía pagana desde el 150 al 300. Algunos son San Justino Mártir, San Ireneo de Lyon, Tertuliano, San Cipriano, Lactancio.

iii) Los Padres Griegos: Viven un período de estabilización cristiana desde el 250 al 550 en el mundo oriental del Imperio (Grecia, Constantinopla, Asia Menor). El nombre de griegos se refiere no a su raza sino a su cultura y al idioma. Algunos de ellos son San Clemente de Alejandría, Orígenes, San Atanasio, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio de Nisa, San Juan Crisóstomo.

iv) Los Padres Latinos: Son los que se desarrollan en la parte más occidental del Imperio en un período más o menos paralelo al de los Padres Griegos. Ellos ven el brillo, la decadencia y caída de Occidente en el 476 en manos de los germanos. Van desde el 350 al 650. Son los más conocidos por nosotros, y más adelante haremos referencia a tres de ellos. Algunos son San Hilario de Poitiers, San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, San León Magno, San Gregorio Magno, San Isidoro de Sevilla.

v) Finalmente mencionamos entre los Padres Sirios a San Efrén.

Ahora daremos algunos detalles de San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo, tres de los más grandes Padres de la Iglesia Latina.

San Ambrosio: Nació en Tréveris el 339 y murió el 397 en Milán. Gran opositor de los herejes de su tiempo, destacó por su predicación. Escribió textos exegéticos y textos de teología. Su aporte es de tipo pastoral, fue obispo de Milán, y conoció personalmente a San Agustín.

San Agustín: Nació el 354 en Tagaste, Numidia. Su madre era cristiana (Santa Mónica) y su padre pagano romano. Murió en Hipona, de donde era obispo el año 430. Es un hombre de un testimonio impresionante, porque su inteligencia lo llevó a buscar las más diversas respuestas, pasando por un neoplatonismo, siendo maniqueo hasta llegar finalmente a la conversión que tanto pedía su madre. Ésta ocurrió una vez que llegó a Milán, en donde escuchó a San Ambrosio hablar de la centralidad de la Biblia, lo que lo llevó a escrutar los Textos Sagrados. Sus obras son muchas, pero las “Confesiones” es su autobiografía en donde narra toda su conversión. Su obra filosófica más importante es “La Ciudad de Dios”. A él le tocó vivir un momento de profundo cambio y crisis, con el desmembramiento del Imperio Romano y con la relajación de las costumbres y de la vida. Murió cuando su ciudad era invadida por los vándalos.

San Jerónimo: Nació cerca de Dalmacia en el 345 y murió en el monasterio que fundó en Belén el 420. Si bien era un monje, su principal labor fue la traducción y el constante estudio de los textos Bíblicos. A él debemos la versión de la Vulgata (versión latina de la Biblia), que realizó con esmero a partir del año 383.



Surgimiento del Monacato:

El Monacato rescata toda la tradición de la vida eremítica, y a la vez hace recuerdo de las enseñanzas del mismo Cristo, quien se retiraba al desierto a orar. Surgió en el siglo IV en Oriente. La primera figura de la que tenemos noticia es de San Antonio, que vivía como eremita y cuya vida conocemos a través de la biografía escrita por San Atanasio. San Antonio murió en el año 356, en Alejandría. De estos monjes que surgen en Oriente podemos mencionar que vivieron fundamentalmente en Egipto, en donde tenemos la primera regla de vida, redactada por San Pacomio. En Occidente San Martín de Tours fundó una primera regla. Pero sin lugar a dudas la figura de mayor relevancia en este período es San Benito (480-547), quien organizó el monacato como lo entendemos actualmente, con una regla de vida y con monasterios de comunidades, porque en Oriente en un comienzo eran solitarios y luego formaron pequeñas comunidades (cenobitas). San Benito fundó su primer monasterio en Montecassino el año 529 (en lo que hoy es Italia). Estos monjes que llamaremos benedictinos permitían el asentamiento en la tierra, ya que en este momento el Imperio Romano había decaído y la gente, con las invasiones se había ido a vivir al campo; los campesinos lentamente se ubicaron en torno a los monasterios benedictinos. La regla de San Benito regió hasta el siglo XII, en donde sufrió algunas reformas. Lo fundamental de esta regulación lo podemos resumir en dos aspectos:

- ORA ET LABORA (Oración y Trabajo) Este aspecto significaba también una valoración por la pobreza plena y por la obediencia a los superiores.

- TRABAJO INTELECTUAL

Los monjes vivían en oración, cultivando la tierra y copiando textos de estudio.
Ellos preservaron la cultura del mundo occidental, ellos fueron los grandes copistas que mantuvieron todo lo que era conocimiento hasta ese momento.

Finalmente, mencionaremos que con el monacato surge una valoración nueva de la virginidad y del celibato por el Reino de los Cielos.



Las Invasiones (siglo IV y V):

El período de las invasiones es lo que entendemos por la llegada de los pueblos germánicos (que habitaban al este del río Rin y al norte del río Danubio) al territorio del Imperio. Comúnmente la fecha de comienzo se fija en el año 375, cuando el pueblo de los godos, que habitaban la actual Rusia, fueron invadidos por los hunos y huyeron llegando al Imperio. Culminará el año 568 cuando los longobardos aparecen en Italia del norte. Es importante destacar que estas fechas son sólo referentes, porque el período estudiado es más profundo Existe desde muchos años un ingreso pacífico en la frontera con los pueblos germanos. Todos estos pueblos eran arrianos. Tenemos dos tipos de germanos:

a) Germanos Orientales: Los godos, burgundios, vándalos, suevos, longobardos. Vienen del Oriente de Europa, atravesando Macedonia, Grecia, Italia, y llegan hasta España.

b) Germanos Occidentales: Son los francos, anglos, sajones, alemanes, turingios. Vivían en el centro y norte de Europa.

En las migraciones se produjo un conflicto, por un lado estaban los germanos arrianos y por otro los latinos católicos, pero lentamente comienzan a mezclarse y a convertirse al catolicismo. Los obispos se preocupaban por su pueblo, por los más necesitados, y fueron los protectores de estos nuevos pueblos.

Finalmente, mencionaremos que la caída del Imperio romano de Occidente se produce el año 476 con la deposición del último emperador de Occidente.

Estaban así dadas las fuerzas que iban a generar la Edad Media: el cristianismo, las figuras de la jerarquía de la Iglesia, el monacato, los nuevos pueblos germanos convertidos a la fe y la herencia del mundo romano clásico.

domingo, 25 de mayo de 2008

SAN AGUSTÍN DE HIPONA


La encarnación de los valores de verdad, bien y trascendencia en Agustín de Hipona.

Como ya vimos el estoicismo y epicureismo, corrientes filosóficas griegas posteriores a las escuelas clásicas de Atenas, no profundizaron ni abundaron en el estudio de valores como la verdad y la trascendencia, más que abordarlos con detención tendieron a darles un tratamiento de segundo orden para atender el tema de la ética y los cánones que le servían de sustento a ésta. Para ser justos y rigurosos, no se puede dejar de reconocer que la trascendencia, al menos para Séneca, no pasó inadvertida, y que en sus escritos, en el tratamiento de este valor, se acercó a la doctrina cristiana. Tal vez este intento de Séneca por buscar un sentido a la existencia humana más allá de la vida terrenal haya sido una respuesta a la normal inquietud que afecta a todo pensador que ve como la sociedad a la que él pertenece se desorienta y se pierde porque no es capaz de ver más allá de la pura existencia física y de la materialidad, descripción que grafica a la sociedad romana de la época, con el agravante de que lejos de tender a revertir tal situación, la agudizaba cada vez más.

Es en este contexto en el que hizo su aparición el cristianismo que planteó que Cristo era la luz del mundo, la resurrección y la vida. De esta manera revolucionaria para la sociedad y la época, la naciente doctrina entró en escena, no sólo anunciando un nuevo mensaje, sino que cuestionando y poniendo en tela de juicio una serie de prácticas y costumbres de los ciudadanos romanos, lo que en ningún caso se tradujo en una postura soberbia del cristianismo frente a las expresiones culturales, intelectuales y doctrinas de la época, sino que por marchar tras la verdad y el bien asumió y absorbió elementos y valores de la antigua filosofía griega que eran congruentes con el pensamiento cristiano. Frente al nuevo mensaje las corrientes filosóficas vigentes en el imperio romano lucharon por mantenerse, pero languidecieron poco a poco hasta disiparse. Esto último no debe conducirnos al error de pensar que al cristianismo le fue fácil instalarse en el imperio Romano, al contrario fue perseguido y después de muchas dificultades logró convertirse en la religión oficial de éste.

El triunfo legal y en los corazones de la población del imperio no estuvo exento de dolor, muertes y del abandono absoluto a la causa de Dios. En medio de este contexto adverso aparecieron personajes que lideraron y animaron el camino del cristianismo, algunos incluso llegaron a entregar sus vidas. Al reflexionar sobre el tema se tiende a pensar que quienes tuvieron la misión de sentar las bases del cristianismo eran, sin excepción, personas muy especiales, que habían entregado toda su vida a la oración y a la causa de Dios y que, obviamente, estaban alejadas de las frivolidades propias de la sociedad romana. Parecería fuera de lugar o al menos extraño que baluartes del cristianismo no se asemejaran a este perfil, sin embargo los hubo y esto ocurrió porque estas personas eran seres humanos como cualquiera de nosotros, con debilidades, miedos y carencias: uno de ellos fue, nada más ni nada menos, que uno de los denominados padres de la Iglesia Católica: Agustín de Hipona. Efectivamente, Agustín fue un hombre que estuvo por mucho tiempo absolutamente alejado de esta nueva fe y no sólo estuvo alejado, sino que la combatió. ¿Quién era?, ¿Por qué pasó de ser un hombre que se entregó a los placerse de la vida a ser un líder de la iglesia? ¿Cuáles eran las debilidades que lo mantenían lejos del cristianismo? ¿Cómo y por qué cambio su forma de ver la vida? ¿Por qué se convirtió? ¿Cómo es que un hombre de tales características pasó a la historia del catolicismo como unos de los padres de esta iglesia? Son preguntas que intentaremos develar en algún grado en esta sesión.

Agustín de Hipona nació en el norte de África, en el seno de una familia sencilla, pero que buscaba para sus hijos una formación académica sólida. Mónica, su madre, quería además que sus hijos abrazaran el cristianismo, como lo había hecho ella y después de casados su esposo Patricio. Agustín por el contrario no tenía gran interés por la fe cristiana y prefirió dedicar su tiempo a los amigos, a los juegos, a escuchar las historias y leyendas que se contaban en la plaza del mercado de Tagaste y a los estudios, en los que tenía éxito debido a su inteligencia, agudeza intelectual, excelente memoria y oratoria. Tan así era esto que un amigo de la familia, Romaniano, decidió financiar los estudios de Agustín en Cartago, ya que Tagaste no brindaba el nivel ni las instituciones para potenciar el genio de Agustín. Llegó a Cartago siendo un adolescente que aún no superaba los 18 años, por lo mismo no sólo se entregó a los estudios, sino que a los excesos, que brindaban las grandes ciudades del imperio Romano, con sus juegos, bares, piscinas, termas, fiestas, etc., así lo señala el mismo Agustín en su libro Confesiones “…yo también me entregué osadamente a varios y sombríos afectos y pasiones, con lo cual se afeó la hermosura de mi alma, y agradándome a mí mismo, deseando agradar y parecer bien a los ojos de los hombres, vine a ser hediondez y corrupción en los vuestros” (Libro II, cap I). “Entonces fue cuando tomó dominio sobre mí la concupiscencia y yo me rendí a ella enteramente, lo cual, aunque no se tiene por deshonra entre los hombres, es ilícito y prohibido por vuestras leyes” (Libr II, cap II). “El amar y el ser amado se me proponía como una cosa muy dulce, especialmente si también gozase de la persona que me amaba.” (lib III, cap I).

Estando en Cartago, su padre enfermó, por lo que Agustín volvió por un tiempo a Tagaste, para acompañarlo en sus últimos días. Cuando volvió a la gran ciudad dio rienda suelta a su inquietud por el conocimiento, allí estudio retórica, geometría, matemática y derecho romano, pues quería convertirse en profesor o político. Tuvo la oportunidad de conocer la obra de Cicerón y el maniqueísmo, corriente por la que se dejó seducir. El maniqueísmo estaba completamente alejado del cristianismo, planteaba que existían dos principios opuestos, uno bueno compuesto por el espíritu y la luz y otro malo que era el demonio, la materia o las tinieblas, por lo que toda existencia material era mala. El matrimonio no era visto por esta corriente con buenos ojos, ya que producto de él venían los hijos, lo que era contrario al dios bueno que era sólo espíritu.

Pronto Agustín se enamoró y decidió convivir con una mujer, con la que tuvo un hijo: Adeodato, al cual decidió darle una formación intelectual como la suya. Como Cartago era una ciudad cara y había que mantener una familia, decidió volver a Tagaste donde esperaba que lo recibiera su madre, sin embargo no fue así, por lo que Rominiano, que se había convertido al maniqueísmo, siguiendo a Agustín, le ofreció su casa y le consiguió trabajo como profesor en su ciudad natal.

La agudeza e inquietud intelectual de Agustín lo llevó a cuestionar cada vez más el planteamiento maniqueísta, a tal extremo que se puso en contacto con Fausto, una de las eminencias entre los maniqueos, para que lo ayudara a disipar sus dudas, lo que no se produjo, por lo que sufrió una fuerte desilusión.

Agustín cada vez más inquieto comenzó a mirar otros horizontes, específicamente hacia Roma, allá esperaba encontrar discípulos y profesores de mejor nivel que le ayudaran a responder las preguntas que lo inquietaban. Una vez en Roma si bien es cierto encontró lo que buscaba, no logró generar los recursos económicos para traer a su mujer e hijo y además se enfermó. Atribulado por la estrechez económica, por su soledad y porque no podía saciar su sed por la verdad, encontró algo de sosiego en la llegada de su amigo Alipio a Roma y por un contacto que le abrió las puertas para ir a dar clases a Milán, donde no sólo iba a gozar de un buen sueldo, sino que también de prestigio. Este cambio de ciudad fue importante en la vida de Agustín, porque ahí conoció a Ambrosio, Obispo de Milán, quien logró que, no sólo se interesara por las Sagradas Escrituras, sino que se alejara del maniqueísmo. A través de la lectura de la Biblia y de los sermones de Ambrosio se convencía cada vez más de estar cerca del verdadero conocimiento. En Milán, con su hijo y su mujer a su lado, con el prestigio que empezó a lograr en la universidad donde daba clases y con las respuestas que empezaban a surgir en torno a sus cuestionamientos, se sentía algo más tranquilo. La tranquilidad se convirtió en una gran alegría con la llegada de su madre, a quien acogió en su casa. Todo parecía ir bien, sin embargo pronto sobrevinieron dificultades entre la mujer de Agustín y Mónica, las que terminaron por separar a Agustín de la madre de su hijo, de quien estaba profundamente enamorado.

A pesar de estás dificultades Agustín no dejó de lado su inquietud intelectual y espiritual, lo que lo acercaba cada vez más al cristianismo. A esto contribuyeron la lectura y estudio que hizo de las obras de Plotino y Platón, el sentido que comenzó a encontrarle a los consejos y sermones de Ambrosio y a su incansable inquietud por buscar la verdad, tarea en la que incluía a sus discípulos. A pesar de que sentía que el cristianismo era la ruta para llegar a la verdad y que en sus reflexiones tendía a dialogar con Dios con toda naturalidad, no exenta de aflicción, Agustín no se sentía preparado para ser bautizado, lo que ocurría en realidad, como el mismo lo señala en el libro Confesiones, era que no estaba dispuesto a dejar costumbres que había adoptado en su vida anterior y que eran incongruentes con la de un cristiano consecuente “Esto era lo que yo anhelaba y por lo que suspiraba, pero estaba aprisionado no con grillos ni cadenas de hierros exteriores, sino con la dureza y obstinación de mi propia voluntad. El enemigo estaba hecho dueño de mi voluntad y había formado de ella una cadena, con la cual me tenía estrechamente atado. Porque de haberse la voluntad pervertido, pasó a ser apetito desordenado; y de ser éste servido y obedecido, vino a ser costumbre; y no siendo ésta contenida y refrenada, se hizo necesidad como naturaleza. De estos como eslabones unidos entre sí se formó la que llamé cadena, que me tenía estrechado a una dura servidumbre y penosa esclavitud. Y aquella nueva voluntad que comenzaba yo a tener de serviros graciosamente y gozar de Vos, Dios mío, que sois el único y verdadero gozo, no era bastante fuerte todavía para vencer la otra voluntad primera, que con el tiempo se había hecho robusta y poderosa. Así, estas dos voluntades, una antigua y otra nueva, aquélla carnal, esta otra espiritual, batallaban entre sí, y con discordia disipaban y destruían a mi alma.” (Confesiones, capítulo V libro VIII). Tan grande era su apego a sus costumbres anteriores que tuvo que ocurrir un milagro para que se decidiera hacerse cristiano, el mismo lo relata así:

“Porque conociendo yo que mis pecados eran los que me tenían preso, decía a grito con lastimosas voces: ¿Hasta cuándo, hasta cuándo ha de durar el que yo diga, mañana y mañana?, pues ¿por qué no ha de ser desde luego y en este día?, ¿por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades?

Estaba yo diciendo esto y llorando con amarguísima contrición de mi corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz como de un niño o niña, que cantaba y repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee. Yo, mudando de semblante, me puse luego al punto a considerar con particularísimo cuidado si por ventura los muchachos solían cantar aquello o cosa semejante en alguno de sus juegos; y de ningún modo se me ofreció que lo hubiese oído jamás. Así, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté de aquel sitio, no pudiendo interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo, en que de parte de Dios se me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo y leyese el primer capítulo que casualmente se me presentase. Porque había oído contar del santo abad Antonio, que entrando por casualidad en la iglesia al tiempo que se leían aquellas palabras del Evangelio: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después ven y sígueme; él las había entendido como si hablaran con él determinadamente y, obedeciendo a aquel oráculo, se había convertido a Vos sin detención alguna. Yo, pues, a toda prisa volví al lugar donde estaba sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del Apóstol cuando me levanté de aquel sitio. Tomé el libro, lo abrí y leí para mí aquel capítulo que primero se presentó a mis ojos, y eran estas palabras: No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo.

No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas” (Confesiones, capítulo XII libro VIII).

Después de vivir esto pidió que lo bautizaran, una vez que fue bautizado consagró su vida a Dios y toda su capacidad e inquietud intelectual la puso a disposición del conocimiento del Señor.

Su vida futura no fue fácil, pues debió soportar la muerte de su madre, cuando se dirigían a Tagaste para conformar una comunidad cristiana en su ciudad natal, pero, a pesar de las dificultades, su proyecto de fundar una ermita en Tagaste se cumplió. Al poco tiempo nuevamente lo golpeó el dolor, esta vez producto de la muerte de su querido hijo Adeodato, aquejado por una enfermedad fatal. Entregando su sufrimiento a Dios y con la convicción de que lo vería en la otra vida, siguió encabezando y haciendo crecer su comunidad, lo que lo hizo conocido en la zona. Por lo mismo un cristiano de Hipona lo invitó a su ciudad para que les hablara de Dios. Cuando llegó a Hipona fue reconocido por la comunidad cristiana, la que en una misa lo aclamó como sacerdote. A los 40 años, fue ungido sacerdote en Hipona, ciudad en la que posteriormente fue nombrado Obispo. De aquí en adelante Agustín viajó por todo el norte de África difundiendo la palabra de Dios y luchando contra las herejías que surgían con mucha fuerza. A los 76 años lo afectó una fuerte enfermedad que no le quitó su lucidez, pero que sí la vida. Su muerte no terminó su enseñanza y su trabajo apostólico, ya que dejó como herencia la regla Agustina y una serie de producciones intelectuales, entre ellas Confesiones, La Ciudad de Dios, La Predestinación de los Santos, El Don de la Perseverancia y Retracciones, obra que escribió en los últimos años de su vida, con el objetivo de reconocer los errores que había cometido en sus juicios. En ella revisó todos sus escritos y corrigió leal y severamente los errores que había cometido, sin tratar de buscarles excusas.

La grandeza de espíritu, la autocrítica, la humildad, la capacidad para cambiar y el genio intelectual se unieron en Agustín para que no sólo encontrara a Dios, sino que para que sirviera de ejemplo a los hombres y mujeres de su época y de la nuestra, especialmente a quienes creen que no son dignos de buscar a Dios. Agustín nos muestra que nunca es tarde para cambiar cuando hemos descubierto el error en nuestras vidas y que el perdón siempre es posible porque la misericordia de Dios es infinita. Agustín encarna un mensaje de esperanza de amor y de perdón.

Como vimos la búsqueda de la verdad fue una constante en la vida de Agustín, sólo cuando la encontró se quedó tranquilo y su inquietud la volcó a la difusión de ella.

¿Qué era la verdad para Agustín? Él plantea que la verdad se encuentra en un ejercicio que hace el hombre al poner en relación ciertas operaciones del espíritu con lo que perciben sus sentidos y lo que dicta el juicio. Es decir que la verdad lógica, a la cual llegamos al poner en una relación de coherencia nuestro juicio con la información que nos entregan nuestros sentidos, es una fuente de la verdad de segundo plano, que no permite descubrirla, ya que no tenemos claro que lo que vemos ahora como realidad se mantenga en el tiempo y porque eso que nuestro juicio y nuestros sentidos proponen como verdad (verdad lógica), al carecer de las operaciones del espíritu, no aseguran que aquello que se observa sea verdad. La verdad lógica para ser reconocida como verdad debe pasar por las operaciones del alma constituidas por reglas e ideas que son guías para evaluar lo que los sentidos nos dan como información, sólo a través de este ejercicio del alma se puede determinar si algo es verdad o no. Dejarse llevar por los sentidos y el juicio humano, para encontrar la verdad, sin ejecutar las operaciones propias del alma es un error que no permite encontrarla. Por lo tanto la fuente real de la verdad se encuentra en el alma de cada persona ¿Cómo es que el alma de cada hombre está dotada de esas “herramientas” para definir que es o no verdad? Agustín plantea la teoría de la iluminación según la cual “…la verdad se irradia desde Dios sobre el espíritu del hombre. No se trata de una iluminación sobrenatural, de una revelación, sino de algo natural”[1]. Es decir que el hombre para encontrar la verdad debe buscarla dentro de sí mismo. El propio Agustín se lamentaba de haber comprendido esto tan tarde en el libro confesiones “Oh belleza siempre íntegra y siempre nueva, tarde te amé: pensar que te busqué por fuera y me perdí cuando tu estabas dentro de mí” (en Padre Ramón Ricciardi. San Agustín, pag 65).

Así como la verdad la encuentra en Dios, el bien también se encuentra en Él. Todo lo bueno es bueno por Él, como todo lo verdadero es verdadero por Él. Agustín plantea que hay una ley eterna que no es otra cosa que un plan mundial de Dios que manda conservar el orden natural. Esta ley natural incluye todo el orden del ser. Todos los hombres y mujeres estamos llamados a hacer el bien, esto es a seguir el plan de Dios, lo que no implica que el ser humano pierda su libertad, porque cada persona elige si quiere seguir el plan que se ha trazado para ella. Un ejemplo claro es el propio Agustín, quien no sólo no siguió por más de tres décadas de su vida el plan que había trazado Dios para él, sino que cuando descubrió a Dios no tenía la fuerza o la voluntad (que en Agustín es más amor que razón) para seguirlo y como lo dijimos anteriormente, tuvo que producirse un milagro (“toma y lee”) para que se decidiera a seguir el camino de Dios.

¿Cómo se descubre ese camino trazado por Dios para cada uno de nosotros?, encontrándose con Dios en el espíritu que habita en cada uno de nosotros, nos dice Agustín. ¿Cómo se hace esto?, ¡descúbrelo tu mismo(a)!, en estás páginas que has leído puedes encontrar parte de la respuesta y si quieres saber más, lee a Agustín, reflexiona y comparte tus conclusiones con los demás.

[1] Johannes Hirschberger, Historia de la filosofía, tomo I. Pág 295.

domingo, 18 de mayo de 2008

LA ENCARNACIÓN DE LOS VALORES DE VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA EN JESÚS DE NAZARET.


LA ENCARNACIÓN DE LOS VALORES DE VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA EN JESÚS DE NAZARET.


En este punto se hace indispensable advertir que, desde la perspectiva cristiana propia de una institución como la nuestra, no tenemos ante nosotros sólo a un hombre grande y admirable, también estamos en presencia de la Divinidad y eso nos obliga a aproximarnos al problema de su vida y obra con un espíritu distinto del que tenemos al abordar otros personajes del curso.

Además, conviene aclarar que la encarnación de los grandes valores en la figura de Jesús de Nazaret se presentará más claramente una vez considerados su predicación y la implantación del Reino de Dios.

El gran tema del Mensaje de Jesús, como Él mismo expresó, es el Reino de Dios o Reino de los Cielos. Este concepto se refiere al reinado o soberanía de Dios por sobre todas las cosas, y se opone por definición al reinado de los poderes terrenales.

La expresión Reino de los Cielos es particularmente judía debido a la costumbre hebrea de no nombrar a Dios. Es frecuentemente mencionado en la Tanaj -conjunto de los 29 libros de la Biblia hebrea, llamado por los cristianos Antiguo Testamento - y está unido a la convicción judía de que Dios habría de intervenir directamente para restaurar el estado de Israel y luego regir sobre él. El Reino de Dios fue expresamente prometido al Rey David, a través de un pacto con Dios. En él, Dios habría prometido que reinaría siempre alguien de su “casa” en el trono de Israel. Esto fue interpretado como que de la descendencia de David saldría el Mesías que se sentaría en el trono de David y gobernaría por la eternidad.
La expresión “Reino de Dios” se encuentra mencionada predominantemente en el Nuevo Testamento, específicamente en los Evangelios. Y agrupa varios conceptos centrales anunciados por Jesús de Nazaret, entre los que destacan las siguientes:
Es algo ya presente: los evangelios describen a Jesús proclamando el Reino como algo que ya está cerca, que está llegando en el presente, no como una realidad futura. Las obras de Jesús, al sanar enfermedades, expulsar demonios, enseñar una nueva ética para la vida y ofrecer una nueva esperanza en Dios, se entienden como una demostración de que el Reino está en acción. Por su vida sin mancha ni falta y mediante sus milagros demuestra a los judíos cómo es el Reino.
Jesús, con sus palabras u sus obras, pone de manifiesto cómo actúa Dios en el mundo y la historia. De hecho, Jesús pide “venga tu Reino” (Mt 6,10)
[1] en la única oración que enseña, el Padrenuestro.
El Reino de Dios en la predicación de Jesús se refiere también al cambio de corazón y mente (metanoia) en los creyentes, con lo que da énfasis a la naturaleza espiritual de su Reino. En este aspecto Jesús usó el concepto “Reino de Dios” de una forma que se contrapone a la de los revolucionarios judíos del siglo I (zelotes), que creían que el Reino era una realidad política que llegaría con una revuelta violenta contra los romanos y que tendría como resultado una teocracia judía.
En la teología católica (que significa universal), Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún al peor de los pecadores, si se convierte y acepta la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen y viven con corazón humilde.
También es algo futuro: La manifestación presente del Reino fue expresada por Jesús como evidencia de una realidad más amplia en un futuro inminente. Es el “ahora y el todavía” del Reino de Dios. La Plenitud del Reino se alcanzará después del Juicio Final en la vida eterna.
En qué consiste el Reino en palabras de Jesús
Dada la condición judía de Jesús y de que su público principal también lo es, ahondaremos en el tema analizando el Evangelio según San Mateo, reconocido como el más judío de los cuatro. De hecho, se refiere constantemente a las Escrituras -el Antiguo Testamento.
Entre sus rasgos característicos descubrimos que Mateo es un profesor que agrupa las palabras en cinco grandes discursos. Insiste en la necesidad de comprender la palabra y no sólo escucharla (13, 19-23). Abrevia los relatos de los milagros, atendiendo sólo a los dos personajes involucrados, esto es, Jesús y el interesado, lo que le da un carácter didáctico.
Así mismo, Mateo es un escriba forjado en los métodos judíos de interpretar las Escrituras. Ve en Jesús de Nazaret al Señor glorificado. Por su acentuación del reino de los cielos y su esbozo de la iglesia, se le ha llamado el evangelio eclesial, que ha marcado profundamente al cristianismo occidental.
Nos centraremos a continuación en las ideas principales del Sermón de la Montaña (capítulos 5-7).
El sermón de la montaña
El Sermón de la Montaña, relatado en 3 capítulos completos de Mateo, busca presentar a Jesús ante los judíos ya conversos cómo Él cumple la Ley de Moisés: no la destruye sino la lleva a su plenitud, en la línea de los Profetas. La interioriza al señalar que se trata de amor y no de actitudes exteriores y la personaliza: se trata de vivir bajo la mirada del Padre y esto es ahora posible porque Jesús es el Hijo que nos invita a entrar en una relación filial similar a la que El tiene con el Padre.
Estos capítulos se estructuran de la siguiente manera:
0.- Exordio 5, 3-16 (Primera parte de un discurso, o parte inicial de una obra literaria que tiene por objeto introducir al receptor en el tema a tratar.)
I.- La justicia nueva superior a la antigua 5, 17-48
II.- Carácter interior de la justicia nueva 6, 1-6
III.- Tres moniciones o advertencias o cómo ser discípulo 7, 1-27
IV.- Efectos sobre las gentes 7,28-29
Las Bienaventuranzas
El Sermón de la Montaña se abre con la proclamación de las bienaventuranzas que, en este texto de Mateo están dirigidas a cualquier hombre. Aluden a actitudes interiores más que a actos externos, a diferencia de la insistencia judía de la adhesión pública a la Ley.
El evangelio (buena noticia) que proclama Jesús consiste esencialmente en la cercanía del Reino o reinado de Dios para todos. Con sus palabras y sus actos –milagros y actitud concreta hacia todo el pueblo, especialmente con los pobres, los humildes, los marginados– pone de manifiesto que ese Reino se acerca. Señala también que todo hombre es hijo de Dios, tiene una dignidad igual y es merecedor del Reino. Dentro de los menos valorados de la cultura judía de su época, se encontraban las mujeres, a quienes Jesús presta especial atención y comprensión. De esa manera en cada encuentro y relación con mujeres, Jesús pone de manifiesto el reconocimiento de su dignidad y valor propios. Es así que junto a la cruz estarán ellas encabezadas por su madre. Y será a María Magdalena a quien primero se le aparecerá después de la resurrección, según relatan los Evangelios. Esta plena valoración se mantuvo entre las primeras comunidades de seguidores.
En términos actuales podemos decir que estas bienaventuranzas y todas sus enseñanzas constituyen un programa de acción en la vida concreta política, social, económica, familiar, etc. de todo seguidor suyo. Asimismo permiten dar un sentido más profundo al trabajo humano. Así un médico que lucha contra la enfermedad, un trabajador que con sus productos hace la vida más humana, un profesor que ayuda a los jóvenes a ser ellos mismos, todo el que trabaje para que quienes lo rodean vivan como personas auténticas y felices, tienen el derecho a pensar que están realizando, modesta pero eficazmente, el reino de Dios.
Para profundizar en ellas se podría comparar las bienaventuranzas en Mateo, localizadas físicamente en una montaña con las mencionadas por Lucas en el discurso del llano para descubrir los matices en ambos. (Ver Mt 5, 3-12 versus Lc 6, 20-26)
A esta buena nueva proclamada por el propio Jesús se suma otra buena nueva proclamada por la comunidad de sus seguidores: la buena nueva relativa a Jesús. En ella el anunciador se ha convertido en el anunciado. Hay una comprensión mayor de lo vivido. La experiencia vivida de la Resurrección de Jesús de entre los muertos (prefigurada de alguna manera con la vuelta a la vida de Lázaro (Jn 11, 33-44)), proporciona a los discípulos la seguridad de que el Reino de Dios realmente ha llegado y así lo proclaman en su predicación.
El propio Jesús como mensaje
En los términos de la Alianza de Dios con el pueblo de Israel sólo Jesús como Hijo de Dios es verdaderamente justo. Pero esto no lo induce jamás a despreciar a los demás ni a considerarlos impuros. Al contrario, su justicia no abruma a quienes se encuentran con él. Observemos aquí que la justicia en el mundo judío es sinónimo de bondad y de bien, como más tarde resaltaremos al tratar de los valores de Jesús.
Toda su vida manifestada durante su ministerio fue un permanente sí a Dios. Jesús corrige la imagen judía del Dios castigador de la antigua Alianza por la de un Dios que es Padre y perdona al hijo arrepentido. Por esta misma razón llevó ese amor de Dios a los hombres hasta el límite.
Para comprender mejor la novedad de Jesús frente a la antigua forma de vivir la Ley veamos su comportamiento ante la mujer adúltera
[2]:
“Un día llevan ante Jesús a una mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio. Todos los presentes sabían lo sucedido.
Situémonos allí por un instante: la actitud de la mujer, la forma como Jesús se comporta, nos revelan tres maneras de reaccionar en relación al pecado
[3]:
1) Esa mujer ha cometido adulterio. En Israel una ley preveía el castigo a aplicar en ese caso. Es la primera forma de situarnos en relación al pecado: el pecado es lo que va contra la ley, contra el orden establecido, "lo que no debe hacerse". Todos los grupos humanos conocen esto, y la única forma de salir de la situación de pecado es aceptar la pena prevista en la ley.
2) La actitud de Jesús va a revelarnos una nueva forma de situarnos en relación al pecado: "Aquel de entre nosotros que esté sin pecado que lance la primera piedra".
Esta vez no se trata de juzgar desde fuera. Jesús hace un llamamiento a la conciencia de cada uno, a […]lo que hay de verdadero en nosotros para considerar nuestra mediocridad, nuestras torpezas, nuestros retrocesos;[…] ejemplos: un corazón hecho para amar, que de hecho se endurece, una personalidad, que sólo puede afianzarse apoyándose en otra, o en otros, y que sin embargo frecuentemente se repliega, se encierra en sí misma. Tomar conciencia de esto es aceptar que no somos mejores que los demás.
Sólo el amor, que va más allá de la falta cometida realiza lo que la simple justicia era incapaz de hacer, lo que la lucidez personal era impotente para lograr: devolver a esa mujer su dignidad.
3) Nadie dirigió la palabra a la mujer durante el tiempo de la discusión. La trataron como un objeto (el cuerpo del delito). Jesús se dirigió a ella: "Dime, ¿nadie te ha condenado?” "Nadie, Señor", respondió ella. "Yo tampoco te condeno" dijo él. "Vete, pero aún así, no peques más". La última palabra sobre la vida de esta mujer no es el mal que hizo, sino el amor de Dios por ella.
Esto nos revela que el pecado no es en principio una falta contra la ley ni contra nosotros mismos. Es algo más profundo que todo esto, es una ruptura del amor que viene más allá del corazón del hombre porque viene del mismo Dios. Y en efecto el drama de esa mujer, su pecado fue que traicionó el amor que había comprometido.
Lapidándola, como prevenía la ley, no se la podía devolver a ese amor. Eso sólo podía lograrlo una sola mirada de amor y fue eso lo que Jesús hizo”.
Jesús enseñó a perdonar y habló mucho del perdón. Cuando Pedro le preguntó cuántas veces habría de perdonar a su prójimo, "¿hasta siete veces?", Jesús contestó que debía de perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt. 18, 21 y ss.). En la práctica esto quiere decir “siempre”, pues el número setenta por siete es simbólico, y significa una cantidad incalculable, infinita. Por eso es fundamental para la vida del seguidor de Jesús el vivir esto: "Perdónanos.... como nosotros perdonamos".
Jesús acoge al pecador arrepentido. Y ante este anuncio del perdón, se desprende naturalmente un nuevo anuncio del Amor. El amor proclamado y testimoniado por Jesús está en el fondo del corazón y reside en la voluntad, a ello se le llama caridad. Se caracteriza por su interioridad, verdad, autenticidad porque es capaz de ponerse en el lugar el otro hasta compartir la desgracia ajena. Es también desinteresado, sin límites, comprendido como servicio. Y como ya hemos visto es un amor que perdona porque comprende. Podríamos agregar que, mirando la vida de Jesús, es un amor profundo, sereno, sin aspavientos. (Ver 1 Cor. 13)
Valores de Verdad, Bien y Trascendencia
Para centrarnos en el hilo que recorre nuestro curso, es necesario recapitular y hacer ahora referencia a los valores de Verdad, Bien y Trascendencia presentes en Jesús de Nazaret.
De acuerdo con la visión judía de la verdad, Jesús se identifica a Sí mismo como la verdad y lo testimonia a través de su entrega total, hasta la muerte en cruz, por cada hijo de Dios que hay que redimir. Pero este testimonio verdadero sólo es comparable con Dios Padre como la verdad absoluta. Así, Jesús se autoproclamará “el Camino, la Verdad y la Vida”
[4]. Y también dice de sí mismo “Yo soy”, identificándose con Dios Padre que así se autoproclamó ante Moisés en el episodio del Antiguo Testamento de la zarza ardiente. Jesús es el ser, es la fuente de todo lo que es, por eso permanece inmutable como referencia siempre nueva de todo lo que es, y en especial como referente último de todo hombre, como es el Hombre en plenitud, modelo acabado y perfecto de lo que todos estamos llamados a ser. Como se puede percibir, a diferencia del resto de los personajes del curso, la relación de Jesús con la verdad no es de búsqueda o hallazgo más o menos imperfecto, sino de identificación; por eso se sabe el Camino y la Meta, y por eso mismo se propone a todos los hombres como única vía de acceso a la verdad. Tampoco ningún personaje de la historia de la humanidad ha dicho de sí mismo que era la Verdad.
En cuanto al Bien, recordemos en primer lugar que en la Biblia es el hombre justo el que se presenta como modelo de bondad y Jesús así lo asume. El valor del bien, por esto, se identificaría con la justicia, que consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios y de sus mandatos. Tales mandatos se reducen a dos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”. El amor al prójimo se desprende así del amor a Dios, pues si somos criaturas e hijos de Dios, por Jesucristo, entonces entre nosotros somos hermanos y “lo que hagáis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hacéis,” dice Jesús. Por todo esto, el Bien se encuentra personificado también en Dios y sólo identificable en su plenitud con la vivencia del Amor del que da testimonio y a su vez proclama como forma de vida “buena”. Así, el bien consistirá en una vida conforme a lo que Dios quiere y espera de sus hijos. La ley moral inscrita en el fondo del corazón de cada hombre es la plasmación en el ser humano de esta bien que nuestra conciencia nos insta a seguir. Y el hecho de que Jesús cumpliera de forma perfecta la voluntad del Padre, le hace ser modelo del Bien, y, por otro lado, Él mismo es objeto del amor como Bien Supremo, identificado con el Bien. Por eso todo el que conoce a Jesús lo ama, y amándolo, le sigue.
Además, comos señalamos antes, el que vive según el criterio de bondad, es bienaventurado y feliz de una forma especialmente profunda. En esta perspectiva el mal moral sería la consecuencia de darle la espalda a este bien, y por tanto, su responsabilidad es aplicable al que toma esa opción.
La trascendencia es el encuentro con Dios. En el caso de Jesús se expresa literalmente como estar “sentado a la derecha del Padre”. Esta trascendencia es el sentido último de la vida, en tanto que orienta todo a Dios y, además, como encuentro aquí y ahora siempre que se hace presente el Reino de Dios, y después, en plenitud, en la otra vida. En Jesús, la trascendencia divina se hace cercana al hombre, pues la distancia entre el hombre finito y Dios infinito, que era infranqueable para las meras fuerzas humanas, es salvada al descender el Infinito, en Jesús, a nuestra carne, a nuestra vida y elevarnos a nosotros a su altura. Así los tres valores se representan en Dios y se personifican en Jesús y por eso se vivencian en la medida en que Dios es conocido.
[1] Biblia de Jerusalén, 1975.
[2] http://www.churchforum.org.mx/info/cristo/8_jesus_y_los_pecadores.htm Consultado el 18 enero 2008.
[3] El concepto de ‘pecado’ presente en todas las religiones se explica como la ofensa voluntaria de lo establecido como absolutamente bueno; y como es Dios la garantía última de lo moral, la ofensa es contra Dios.
[4] Jn 14,6

´LA VIDA DE JESÚS DE NAZARET


LA VIDA DE JESÚS DE NAZARET

Un hombre y su historia: Jesús en el S. I y en el país de Israel. Sin embargo, en su vida encontraremos elementos de especial significación. Como veremos en estas sesiones, de todos los personajes estudiados, éste es el único que dice de sí mismo que es la Verdad y se autoproclama como tal. Para ello debemos hacer alguna alusión a lo que esto significa en su mensaje trascendente.

Dios entra en el tiempo y en el espacio creado por Él, para el hombre, a través de su Hijo, para traer un mensaje, que sin ser completamente nuevo, trae una buena nueva, que en estricto rigor es mucho más que una sola noticia, pero que se sintetiza en un solo ser que es Dios y hombre a la vez. Las líneas precedentes “ocultan” tras de sí un contenido de carácter muy profundo que intentaremos develar párrafo a párrafo en esta sesión.

Cuando decimos que Dios entra en el tiempo y en el espacio creado por Él, estamos diciendo que es Él quien irrumpe en la historia del hombre a través de Jesús. Estamos diciendo que Jesús, siendo Dios mismo, se hace hombre, sin dejar de ser ni hombre ni Dios, En otras palabras Jesús, en la tierra, era al mismo tiempo Dios y hombre y no una mezcla de ambos, sino que ambas naturalezas coexistían al mismo tiempo en Él, es decir se mantenía la alteridad en el mismo ser.

Esto nos permite concluir que Jesús en tanto naturaleza divina podía ejercer su poder plenamente en la tierra y en tanto naturaleza humana podía dejarse llevar por una tentación o sufrir el dolor que cualquiera de nosotros podemos sentir, comentario no menor si lo relacionamos con su muerte y pasión.

Una vez aclarada la naturaleza de Jesús es necesario preguntarse por qué Dios vino a la tierra y vivió entre nosotros. La respuesta tiene una sola palabra: misericordia. En concreto: Jesús estuvo con nosotros para salvarnos de la muerte y condenación eterna, consecuencia del pecado, nos vino a salvar, dándose sin restricciones por nosotros, hasta el extremo de aceptar la tortura que implicaba la muerte en cruz. Para llegar a este triste episodio, que Jesús conocía previamente y que había asumido por nosotros, permaneció en la tierra por 36 años aproximadamente
[1]. Jesús nació muy pobremente en Belén cuando gobernaba Judea, Herodes, un rey instalado por Marco Antonio en la provincia romana de Judea. De la vida de Jesús no se sabe mucho hasta que comienza su misión, después de su bautizo, en el río Jordán, por su primo Juan el Bautista. Pero los Evangelios aportan varios datos: era de la estirpe del rey David y tenía clara conciencia de su misión.

La vida y enseñanza de Jesús son relatadas en los cuatro Evangelios (del griego evangelion, buena nueva, buena noticia), compuestos cada uno por san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan. Los cuatro evangelios son los primeros libros del Nuevo Testamento, que además comprende los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de los apóstoles y el libro de las Revelaciones o Apocalipsis.

Los evangelios fueron escritos durante el siglo I d. de C. Dos de sus autores, Mateo y Juan, fueron apóstoles, que tuvieron la oportunidad de conocer personalmente a Jesús. Marcos y Lucas, en tanto, aunque no conocieron en persona a Jesús, pudieron conocer directamente a quienes sí lo hicieron. En suma, los cuatro evangelios son testimonios muy cercanos de la vida y enseñanzas de Jesucristo en la Tierra.

Jesús empezó a llamar la atención a los judíos por dos razones una de ellas eran los milagros que realizaba y la otra era su discurso compuesto por un mensaje nuevo que hablaba de salvación y que quebraba esquemas. Éste último fue interpretado de diferente forma por los distintos actores de la sociedad judía de la época, por lo que se hace necesario recordar algunos aspectos de ésta. La sociedad Judía de la época estaba dominada por dos corrientes que van a ser determinantes en el destino de Jesús: los fariseos y los saduceos. Los primeros representaban a la alta y media burguesía y se caracterizaban por su escrupulosa y fuerte observancia a la ley; los segundos componían la clase sacerdotal más aristócrata y conservadora, era el segmento social que controlaba y administraba el templo de Jerusalén. La situación social y política no era nada tranquila debido a la dominación romana. Existía en el ambiente la expectativa de la aparición del Mesías que liberaría al pueblo de la opresión romana. Para unos, los esenios, tenía connotaciones ascéticas, por eso se alejaban de la sociedad civil formando una comunidad mesiánica que esperaba tranquila la pronta venida del libertador; para otros, los zelotas, la venida del Mesías se interpretaba en términos políticos, por lo que esperaban a un líder que levantara al pueblo en armas contra los opresores.

Ni unos ni otros vieron consolidadas sus expectativas en Jesús. Para comprender mejor el contexto en el que se desenvolvió Jesús y por qué quebró esquemas, es importante recordar el sentido y significado que tenían para los judíos algunos aspectos centrales de su religión tales como la Ley, el Templo y Dios.

La Ley era un elemento fundamental pues plasmaba la voluntad de Yahvé de estar entre el pueblo de Israel. La Ley era por lo tanto algo así como la presencia de Dios en el pueblo “Por eso las teologías rabínicas habían llegado a identificarla (la Ley) con la sabiduría que cantan los libros sapienciales, dándole así cierta personificación y concibiéndola casi como una especie de encarnación de Dios”
[2].

En cuanto al Templo, éste era mucho más que un lugar en donde honrar a Yahvé. Por un lado era el símbolo de la presencia de Dios entre los suyos “El Templo verdaderamente simboliza y efectúa esa presencia de Yahvé entre los suyos…”
[3] y era el único lugar reservado sólo al pueblo elegido, pues al sector del santuario, propiamente tal, sólo podían entrar los judíos. Además era lugar al cual todos los judíos debían peregrinar, por lo que se constituía en el vínculo de unión entre los judíos.

Para los Judíos Yahvé era un Dios que estaba en lo alto, muy lejano, que se caracterizaba por castigar a quienes no lo obedecían y al cual no se llega por amor a los demás, sino que por intermediación del cumplimiento del Ley.

Jesús quebró estos esquemas. Su forma de actuar ante la Ley fue uno de los aspectos que más “golpeó” a los judíos, ya que ante la exigencia de cumplirla con rigor, especialmente entre los fariseos, Jesús optó por hacer el bien cuando era incompatible con seguirla, este es el caso de su no observancia del sábado. Y más grave aún para los judíos, no sólo no la cumplía, sino que Jesús se ponía por sobre la ley, lo que se puede ver claramente en la “antítesis” del sermón del monte en la que Él señala lo que la Ley decía y lo que Él ahora les decía que había que hacer (se os dijo…pero yo os digo). Esto queda claro en su forma de expresarlo: “Yo os digo”. Al afirmar esto no recurre a la autoridad de los profetas sino a la suya propia. Con sus palabras manifestaba que Él está por encima de la ley porque es anterior a ella.

Esto no sólo supuso una contradicción social y religiosa, sino su desautorización. Lo que salva al hombre no es ya el mero cumplimiento de la ley sino la gracia y salvación otorgados por Él.

Jesús “libera” a los judíos de las ataduras de la Ley, pero les propone un camino más exigente: del verdadero seguimiento de Dios se desprenderá el cumplimiento de la Ley por añadidura. La libre adhesión a Dios y al prójimo a través del Mandamiento de amor será la verdadera ley.

Jesús también “golpeó” a los judíos con su actitud respecto del templo, especialmente cuando sacó del templo a los cambistas que hacían negocios en él. Una primera lectura de este hecho nos remite a la indignación de Jesús por no respetarse un lugar sagrado, pero podemos hacer una lectura más profunda. Si recordamos lo que dijo en este episodio: “Destruyan este Templo y yo lo reconstruiré en tres días” (Juan 2, 19), podemos concluir que se refería a su cuerpo. En algún grado les estaba diciendo que la unidad se debía dar en su cuerpo, que Él era más importante y universal que el templo. Templo que para los judíos era un símbolo de poder, unidad y de la exclusividad de los judíos.

Además de decirles que él era más importante que el templo y lo que éste simbolizaba, les anunció que Él era el signo de la unidad en Yahvé y que no sólo los judíos estaban invitados a reunirse con Dios, sino que todos tenían esa posibilidad, posibilidad que encarnaba Él y hacía posible a través de su legado a sus seguidores. Es más, profetizó la destrucción total del templo de Jerusalén pero a la vez la permanencia del nuevo Pueblo de Dios en torno al nuevo “Templo” definitivo que constituía Él mismo.

El tercer gran aspecto novedoso del mensaje y de la conducta de Jesús lo constituyó su trato con Dios y lo que manifestó a los judíos sobre Yahvé. Primero rompió y criticó ácidamente la tradición de los fariseos de preocuparse más de la forma que del fondo para encontrar a Dios (Lucas 18, 11-12) y la conducta poco piadosa de los sacerdotes (Lucas 10, 31-32). A ambos grupos los acusó de no estar comprometido con la búsqueda de la propia santidad, a través de la entrega a los demás (Mateo 5, 43-48). Jesús les dijo que Él venía a ayudar a los pecadores, a los que no tenían esperanza, a los esclavos, a los pobres, a los publicanos, es decir a todos los que los fariseos y sacerdotes despreciaban (Lucas 19, 1-10) y que esa era la forma correcta de llegar a Yahvé.

También les señala que Yahvé está con las personas, y por eso lo debían ver como un ser cercano. Por lo mismo cuando Él se refería a Yahvé lo denominaba Abba, denominación que implicaba un alto grado de cercanía con Dios, lo que para la sensibilidad de sus contemporáneos era impensable y una falta de respeto. Jesús no sólo lo llamaba así, sino que enseñó a los suyos a llamarlo de la misma manera (Ver Mt 6, 9). Esto tenía que ver además con el mensaje de que Él era hijo de Yahvé y que todos los que quisieran ir a Dios debían hacerlo a través de Él. Él estaba con y entre los hombres, se había hecho igual a todos y vivía entre todos, por lo tanto Yahvé era tan cercano a todos como lo era Él mismo. Éste mensaje de la cercanía de Dios a los hombres y del triunfo del amor, se manifestaba en la humildad. El mayor ejemplo de humildad no sólo lo constituyó el hecho de haber habitado como hombre entre los hombres, sino especialmente la forma en que Jesús vivió la vida, el lugar en el que nació nos da el primer indicio. En su vida pública, dedicada a la predicación, estuvo siempre cerca de los más sencillos, de los enfermos, de los necesitados, de los despreciados y de los ignorados. Al momento de dejar la tierra lo hizo de la forma que estaba reservada para quienes habían cometido delitos graves, es decir, para las personas más despreciadas por la sociedad: muerte en cruz. La muerte en cruz no sólo fue la cristalización de la misión de Jesús en la tierra, sino un último mensaje que invitaba a vivir la vida con humildad y entregando amor a todos sin distinción. Era por lo tanto Dios, un ser cercano, muy distinto al que concebía la sociedad judía de la época.

Jesús murió, pero, según los testigos recogidos en los evangelios, al tercer día resucitó y durante los días siguientes se apareció varias veces a los discípulos, para finalmente ascender al Cielo. La religión judía considera a Jesús como un profeta, pero no acepta que haya sido el Hijo de Dios. Los judíos observantes siguen esperando al Mesías.

El nuevo mensaje de Jesús por lo tanto se convirtió en una nueva forma de hacer el bien y una nueva verdad. Sin lugar a dudas Jesús revolucionó a la sociedad de su época con un mensaje renovador que implicaba una nueva forma de ver la vida y de relacionarse con los demás. El bien ya no consistiría en la observancia formal de la Ley, sino que la observancia de su profundo contenido, y el templo ya no sería el símbolo de la grandeza y la exclusividad de los judíos. Ahora el bien sería el amar a los demás y seguir a Jesús y su nuevo mensaje. Ese nuevo mensaje no sólo era el bien, sino también la verdad que consistía en que la salvación no era sólo para un pueblo elegido, sino para todos quienes optaran por el bien que enseñaba Jesús con sus palabras y con su vida.
[1] Sanhueza, Kreti. “Trinidad y Cristología”. Chile. IPHC. 2003. Pág. 42.
[2] Sanhueza, Kreti. “Trinidad y Cristología”. Chile. IPHC. 2003. Pág. 33
[3] Ibid. Pág. 35

BIEN, VERDAD Y TRASCENDENCIA HEBREA


VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA EN EL CONTEXTO CULTURAL DEL MUNDO HEBREO.

En esta sesión nos encontraremos con las designaciones de hebrea(o) y judía (o) referidas a una cultura común. En realidad, sus elementos hebreos hacen mención a sus orígenes y desarrollo hasta el fin del período del rey Salomón. Con la división del reino en dos a su muerte, la tradición hebrea continuará en Judá, lo que hace que, hasta nuestros días, se le llame judía.

La Cultura del pueblo judío se caracteriza por estar impregnada de una profunda relación con Dios: su historia, su cultura y, en general, su identidad, están marcadas por el hecho de ser el Pueblo Elegido para acoger al Mesías. Mucho después de que fuera destruido el reino de Israel, durante los largos siglos de la Diáspora, las comunidades judías mantuvieron esa identidad gracias al recuerdo permanente de la Tierra Prometida perdida y al hecho de estar unidos en torno a su religión.

Es a través de los acontecimientos históricos y religiosos donde se desarrolla su conciencia de identidad hasta nuestros días. Así, fue el primer pueblo en la Historia de la humanidad que registró su historia en una serie de libros que ofrecen un relato consecutivo a lo largo de muchos siglos. Estos libros los encontramos recopilados en la primera parte de la Biblia -en griego significa conjunto de libros. Sin embargo, no todos los libros de la Biblia son históricos. El relato de los acontecimientos del pueblo de Israel está de manera especial en Génesis, Éxodo, Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Pruebas recientes de expertos israelitas y occidentales tienden a confirmar la historia bíblica en sus rasgos principales.

Es posible que hayan emigrado de Ur poco después del 1950 a.C. cuando fue destruido ese centro Sumerio de Mesopotamia meridional, para trasladarse a Harrán. En la actualidad se localiza a Ur el sur de Irak. Es ahí donde surge la figura del primer patriarca Abraham, quien habría emigrado hacia el oeste, a Canaán, porque, según el relato bíblico, se lo habría indicado Dios. Las distintas familias que se van generando a lo largo del tiempo se encontrarían- según la tradición – unidas a la figura de Abraham. En él se centra el origen de toda la experiencia vital e histórica del pueblo de Israel.

“Yahveh dijo a Abram ‘Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre: y sé tú una bendición’”.
[1]

Los relatos del Génesis acerca del origen del Universo y las historias del diluvio y la torre de Babel indican un período de residencia de estas tribus hebreas en el norte de Mesopotamia antes del 1.500 a.C.

Abraham, como patriarca de una tribu nómada, posee una visión más bien doméstica que guerrera. Recibe una misión que constituye el valor fundamental de todo hebreo: La Alianza de fidelidad al Dios revelado de la tribu con obediencia ciega a ese Dios. Es un peregrino que avanza movido por su fe en Dios, Dios que hace un llamado a su descendencia de manera concreta. Dios exigía que el pueblo de Abraham lo adorara, sirviera y amara. A cambio, el pueblo judío siempre contaría con la protección de Dios, si es que no se apartaba de la alianza y de la Ley Divina. En señal de esa alianza, todos los niños judíos serían circuncidados a los ocho días de su nacimiento.

Hay datos concretos que permiten afirmar que algunos hebreos vivieron durante siglos en el Delta del Nilo durante el período de los hicsos, antes de que Moisés (nombre egipcio) se convirtiera en su caudillo y los guiara hasta un punto al alcance de la Tierra Prometida –localizada en lo que hoy es Israel y Palestina- hacia el 1.300 a.C. Es en Egipto donde el pueblo –las 12 tribus descendientes de Jacob (nieto de Abraham)- se desarrolla con características propias y crece sometido a la esclavitud en torno a los siglos XIV y XIII a.C.

En el 1250 a.C Moisés saca al pueblo de la esclavitud egipcia y durante un largo viaje (unos 40 años) lo conducirá hacia Canaán, la Tierra Prometida. En ese Éxodo reciben también Los diez Mandamientos, la Ley que deberán cumplir y las normas según las cuales deberán organizar su vida.

El pueblo hebreo, ya asentado en Canaán, tenía una considerable población reunida en 12 tribus y no reconocían a ningún monarca. Su único Señor era Dios. De allí la organización a través de Jueces que velan por el cumplimiento de la Ley de Dios (el Decálogo conocido también como los 10 Mandamientos) y la existencia de profetas enviados por Dios, cuya misión era llamar al pueblo a la conversión de su corazón, la fidelidad y el seguimiento de Dios. Los profetas siempre llamarán a cambiar de vida y retornar a la fidelidad a la Alianza con Dios en su calidad de pueblo elegido.

La Confederación de tribus se transformará en monarquía alrededor del 1020 a.C., cuando el profeta Samuel elige a Saúl como primer rey. Se mantendrá unida hasta el período anterior a la muerte de Salomón, debido a su religión que, en sus prácticas, fue delineada de manera clara por Moisés y cuyo fundamento era la Ley, el Arca de la Alianza y una serie de normas y ritos prescritos por Dios.

De lo hebreo a lo judío

El año 933 a.C a la muerte de Salomón – quien construirá en Jerusalén el único templo judío – el reino se dividirá entre sus dos hijos. Israel, el Reino del norte que tendrá Samaria como capital y Judá, al sur, con Jerusalén como centro. A partir de ese momento se iniciarán historias paralelas que desembocarán en la creencia judía que sólo los hebreos de Judá constituirán el pueblo elegido por Dios y los únicos depositarios de la tradición. En el 721 a.C el reino del norte había sido invadido por los asirios con quienes se habrían mezclado después de la dominación, cayendo en la “impureza” dando así origen a esa creencia.

En el tiempo de exilio del reino de Judá a manos del rey babilónico Nabucodonosor se consolidarán los valores del judaísmo que les identifica como pueblo hasta hoy. Incluyen el culto sagrado al sábado, la Sinagoga como lugar de culto, la circuncisión como elemento distintivo de raza y signo de alianza y la importancia de la figura del sacerdote y del maestro de la Ley.

A la caída de los reinos de Israel y Judá y hasta 1948 los judíos no tendrán un Estado independiente propio no sujeto a dominación extranjera.

Israel era, en tiempos de Jesús, una provincia más del imperio romano. Aunque en Judea reinaba Herodes el Grande, éste mantenía una soberanía aparente, pues, bajo su reinado, Israel se había convertido ya en un protectorado de los romanos. Su hijo y sucesor, Herodes Antipas, fue el rey que entrevistó a Jesús cuando fue hecho prisionero, enviado ante su presencia por Poncio Pilatos, el procurador romano de Judea.

La Diáspora y el moderno estado de Israel

Durante los años siguientes a la crucifixión de Jesús, los romanos mantuvieron la misma situación de Judea, como región vasalla de Roma. A cambio, ellos procuraron respetar la religión judía. Sin embargo, con el tiempo, la dominación romana se hizo más dura y la rebelión finalmente estalló el año 60 d. de C. Luego de una campaña muy difícil, las legiones romanas aplastaron la rebelión, saquearon Jerusalén y destruyeron el templo (70 d. de C.).

La destrucción del templo abrió una nueva etapa en la historia del pueblo judío, conocida como Diáspora (en griego, dispersión), es decir, la partida de gran parte de la población hacia el extranjero. Con el paso de los siglos, las comunidades judías se asentaron en diversos territorios del Imperio Romano, luego en gran parte de la Europa medieval y posteriormente en América. Para el momento en que los nazis llegaron al poder, sólo en Europa vivían más de diez millones de judíos. En América, aún hoy existen importantes comunidades judías, algunas muy numerosas, como pasa en Argentina y Estados Unidos. A pesar de haber pasado tantos siglos sin una patria propia, los judíos de la diáspora siempre mantuvieron vivo el anhelo de volver a la Tierra Prometida, Israel, el hogar de sus antepasados, donde se habían mantenido algunos grupos pequeños de judíos, que convivieron en relativa paz con árabes y cristianos, mientras diversas potencias se sucedían en el dominio de Tierra Santa: romanos, bizantinos, árabes, turcos y, finalmente, ingleses.

Tras la derrota de la tiranía nazi, al término de la Segunda Guerra Mundial, quedó al descubierto la enorme magnitud del Holocausto, el intento nazi de exterminar a los judíos de Europa. En vista de esta tragedia, Gran Bretaña accedió a crear un estado judío en Tierra Santa. El moderno estado de Israel fue proclamado en 1948, aunque desde su mismo nacimiento tuvo que enfrentar la violenta oposición de las naciones árabes vecinas, dispuestas a empujar a los judíos al mar, con tal de establecer en su lugar un Estado Palestino.

Israel y sus vecinos han sostenido tres grandes guerras en los últimos 60 años, además de otros innumerables enfrentamientos menores, que han costado miles de víctimas. Además, muchos movimientos extremistas islámicos han utilizado el conflicto árabe-israelí como pretexto para el terrorismo. A pesar de muchos esfuerzos de la comunidad internacional, este largo conflicto no ha podido resolverse plenamente y persiste como una de las mayores preocupaciones de la política mundial.


La cosmovisión judía

A diferencia de griegos y romanos y el resto de las culturas de la época, la cultura hebrea es radicalmente monoteísta: un solo Dios, omnipotente, eterno y providente, que dirige el destino histórico de su pueblo, le protege y castiga sus infidelidades.

Dentro de los aspectos fundamentales del judaísmo que se expresan en la Ley del Monte Sinaí cabe destacar especialmente tres que simbólicamente se resumen en la llamada Shemá:

“Shemá Israel
Adonai Elohenu
Adonai Ehad”

[2]“Escucha Israel
El Señor es nuestro Dios
El Señor es uno”

Por otra parte, el origen del mundo se explica con la idea de la creación a partir de la nada y un concepto lineal -no cíclico- del tiempo, con un principio –la creación– y un final –la venida del Mesías.

En relación a griegos y romanos también se presentan diferencias importantes en la concepción del ser humano. Los hebreos plantean en el hombre un dualismo ético: la contraposición no se da entre alma y cuerpo, como en Platón y otros griegos, sino entre un principio del bien y un principio del mal que luchan en el interior del hombre. Asumirán durante el período de dominación helénica la distinción metafísica de cuerpo y alma que facilitará la explicación de la inmortalidad.

De acuerdo con Maimónides, médico, rabino, teólogo y filósofo judío de gran importancia en el desarrollo del pensamiento medieval occidental, el judío debe seguir “el camino recto (de todo hombre justo) que es el punto equilibrado de cada cualidad que posee el ser humano. Este es el punto intermedio entre los dos extremos, no más cercano de uno que de otro (…) el individuo constantemente debe orientar sus cualidades hacia el punto intermedio, para así llegar a ser íntegro. Por ejemplo: Que no sea colérico, enfureciéndose con facilidad, ni tampoco como un muerto, que es completamente insensible, sino equilibrado; que no se enoje, salvo por aquellas cosas que son dignas de disgustarse; así no se comportará con enojo la próxima vez (…) Del mismo modo, que no ambicione sino aquellas cosas que el cuerpo precisa y que es imposible mantenerse sin ellas. (…) Por lo tanto, no se agote trabajando, sino sólo para conseguir aquello que le es necesario para subsistir”
[3].

Asimismo, Maimónides nos permite conocer más a fondo el sentido de Dios en la vida de los judíos al señalar en el capítulo tercero de su obra que: “el hombre debe procurar que todas sus cualidades tiendan al conocimiento de Dios, sólo a este objetivo, así, cuando se siente y cuando se levante, cuando hable, en cada acción, la finalidad debe ser ésta”.
[4]

El bien se identifica con la sumisión a Dios y, por eso, con el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios, que desde su absoluta trascendencia, conoce qué es lo mejor para el hombre y vela por cada uno desde su Providencia. El conocimiento del bien se logra a través de la luz recibida por revelación divina (los libros de la Torá y los Mandamientos) y de los ritos litúrgicos y la oración personal y su plenitud pasa por el cumplimiento de la Ley. El hombre justo, el que realiza el bien moral, es bendecido por Dios, mientras que el pecador, el que actúa mal, es “castigado” ya en vida con sufrimientos o reveses personales. La retribución (premio a la vida buena o castigo para la mala) es además, un móvil importante para actuar conforme a la ley.

En torno a la verdad también podemos distinguir diferencias sustanciales con la cultura griega, asumida por los romanos. La cultura griega, como ya vimos, es eminentemente visual: la palabra griega aletheia que se traduce como verdad, significa des-cubrimiento, es decir, quitar los velos que impiden ver la realidad. De allí que el opuesto será apariencia y no mentira o error.

Para los hebreos, por el contrario, la palabra verdad se traduce como emunah, que significa fidelidad, confianza, lealtad. Una persona verdadera entonces, es aquella en la que se puede confiar, que mantiene su palabra. Y en ese sentido Dios es lo verdadero por excelencia, no tanto porque exista en la realidad sino porque ha establecido un pacto de lealtad indisoluble con su pueblo. Lo opuesto a la verdad es la traición, la falsedad, el engaño. Es por esto que la tradición hebrea se transmite oralmente de padres a hijos.

La unión de estas dos tradiciones culturales se producirá en el cristianismo.

Frente a la Trascendencia, la cultura hebrea considera que Dios es lo absolutamente trascendente, pues está más allá del mundo que ha creado. Tanto es así, que ni siquiera se permite representar a Dios con imagen alguna, lo cual da un tono especial a su arte religioso. El Cristianismo asume la trascendencia de Dios, aunque supera al judaísmo en que ese Dios se encarna, se hace hombre para traer la salvación a todos los hombres. El Yaveh judío es inaccesible, el “Totalmente Otro”, con el que no se puede tener un contacto directo y ante el cual sólo se puede tener una actitud de sumisión y de ofrenda. Sólo en algunos libros como Oseas e Isaías, es presentado como un Dios que ama a sus criaturas y las perdona. Esta visión es confirmada por lo revelado por Jesús de Nazareth, que llama a Dios Padre, y así lo presenta a sus seguidores.
[1] Génesis 12, 1-2 , Biblia de Jerusalén.
[2] Deuteronomio 6, 4-9 Biblia de Jerusalén.
[3] Capítulo primero de la Mishné Torá Hiljot Deot, Leyes de las Cualidades, del Rabí Moshé Ben Maimón, versión en español de R. Itzjak Sakkal, www.masuah.org/deot
[4] op.cit