domingo, 18 de mayo de 2008

´LA VIDA DE JESÚS DE NAZARET


LA VIDA DE JESÚS DE NAZARET

Un hombre y su historia: Jesús en el S. I y en el país de Israel. Sin embargo, en su vida encontraremos elementos de especial significación. Como veremos en estas sesiones, de todos los personajes estudiados, éste es el único que dice de sí mismo que es la Verdad y se autoproclama como tal. Para ello debemos hacer alguna alusión a lo que esto significa en su mensaje trascendente.

Dios entra en el tiempo y en el espacio creado por Él, para el hombre, a través de su Hijo, para traer un mensaje, que sin ser completamente nuevo, trae una buena nueva, que en estricto rigor es mucho más que una sola noticia, pero que se sintetiza en un solo ser que es Dios y hombre a la vez. Las líneas precedentes “ocultan” tras de sí un contenido de carácter muy profundo que intentaremos develar párrafo a párrafo en esta sesión.

Cuando decimos que Dios entra en el tiempo y en el espacio creado por Él, estamos diciendo que es Él quien irrumpe en la historia del hombre a través de Jesús. Estamos diciendo que Jesús, siendo Dios mismo, se hace hombre, sin dejar de ser ni hombre ni Dios, En otras palabras Jesús, en la tierra, era al mismo tiempo Dios y hombre y no una mezcla de ambos, sino que ambas naturalezas coexistían al mismo tiempo en Él, es decir se mantenía la alteridad en el mismo ser.

Esto nos permite concluir que Jesús en tanto naturaleza divina podía ejercer su poder plenamente en la tierra y en tanto naturaleza humana podía dejarse llevar por una tentación o sufrir el dolor que cualquiera de nosotros podemos sentir, comentario no menor si lo relacionamos con su muerte y pasión.

Una vez aclarada la naturaleza de Jesús es necesario preguntarse por qué Dios vino a la tierra y vivió entre nosotros. La respuesta tiene una sola palabra: misericordia. En concreto: Jesús estuvo con nosotros para salvarnos de la muerte y condenación eterna, consecuencia del pecado, nos vino a salvar, dándose sin restricciones por nosotros, hasta el extremo de aceptar la tortura que implicaba la muerte en cruz. Para llegar a este triste episodio, que Jesús conocía previamente y que había asumido por nosotros, permaneció en la tierra por 36 años aproximadamente
[1]. Jesús nació muy pobremente en Belén cuando gobernaba Judea, Herodes, un rey instalado por Marco Antonio en la provincia romana de Judea. De la vida de Jesús no se sabe mucho hasta que comienza su misión, después de su bautizo, en el río Jordán, por su primo Juan el Bautista. Pero los Evangelios aportan varios datos: era de la estirpe del rey David y tenía clara conciencia de su misión.

La vida y enseñanza de Jesús son relatadas en los cuatro Evangelios (del griego evangelion, buena nueva, buena noticia), compuestos cada uno por san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan. Los cuatro evangelios son los primeros libros del Nuevo Testamento, que además comprende los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de los apóstoles y el libro de las Revelaciones o Apocalipsis.

Los evangelios fueron escritos durante el siglo I d. de C. Dos de sus autores, Mateo y Juan, fueron apóstoles, que tuvieron la oportunidad de conocer personalmente a Jesús. Marcos y Lucas, en tanto, aunque no conocieron en persona a Jesús, pudieron conocer directamente a quienes sí lo hicieron. En suma, los cuatro evangelios son testimonios muy cercanos de la vida y enseñanzas de Jesucristo en la Tierra.

Jesús empezó a llamar la atención a los judíos por dos razones una de ellas eran los milagros que realizaba y la otra era su discurso compuesto por un mensaje nuevo que hablaba de salvación y que quebraba esquemas. Éste último fue interpretado de diferente forma por los distintos actores de la sociedad judía de la época, por lo que se hace necesario recordar algunos aspectos de ésta. La sociedad Judía de la época estaba dominada por dos corrientes que van a ser determinantes en el destino de Jesús: los fariseos y los saduceos. Los primeros representaban a la alta y media burguesía y se caracterizaban por su escrupulosa y fuerte observancia a la ley; los segundos componían la clase sacerdotal más aristócrata y conservadora, era el segmento social que controlaba y administraba el templo de Jerusalén. La situación social y política no era nada tranquila debido a la dominación romana. Existía en el ambiente la expectativa de la aparición del Mesías que liberaría al pueblo de la opresión romana. Para unos, los esenios, tenía connotaciones ascéticas, por eso se alejaban de la sociedad civil formando una comunidad mesiánica que esperaba tranquila la pronta venida del libertador; para otros, los zelotas, la venida del Mesías se interpretaba en términos políticos, por lo que esperaban a un líder que levantara al pueblo en armas contra los opresores.

Ni unos ni otros vieron consolidadas sus expectativas en Jesús. Para comprender mejor el contexto en el que se desenvolvió Jesús y por qué quebró esquemas, es importante recordar el sentido y significado que tenían para los judíos algunos aspectos centrales de su religión tales como la Ley, el Templo y Dios.

La Ley era un elemento fundamental pues plasmaba la voluntad de Yahvé de estar entre el pueblo de Israel. La Ley era por lo tanto algo así como la presencia de Dios en el pueblo “Por eso las teologías rabínicas habían llegado a identificarla (la Ley) con la sabiduría que cantan los libros sapienciales, dándole así cierta personificación y concibiéndola casi como una especie de encarnación de Dios”
[2].

En cuanto al Templo, éste era mucho más que un lugar en donde honrar a Yahvé. Por un lado era el símbolo de la presencia de Dios entre los suyos “El Templo verdaderamente simboliza y efectúa esa presencia de Yahvé entre los suyos…”
[3] y era el único lugar reservado sólo al pueblo elegido, pues al sector del santuario, propiamente tal, sólo podían entrar los judíos. Además era lugar al cual todos los judíos debían peregrinar, por lo que se constituía en el vínculo de unión entre los judíos.

Para los Judíos Yahvé era un Dios que estaba en lo alto, muy lejano, que se caracterizaba por castigar a quienes no lo obedecían y al cual no se llega por amor a los demás, sino que por intermediación del cumplimiento del Ley.

Jesús quebró estos esquemas. Su forma de actuar ante la Ley fue uno de los aspectos que más “golpeó” a los judíos, ya que ante la exigencia de cumplirla con rigor, especialmente entre los fariseos, Jesús optó por hacer el bien cuando era incompatible con seguirla, este es el caso de su no observancia del sábado. Y más grave aún para los judíos, no sólo no la cumplía, sino que Jesús se ponía por sobre la ley, lo que se puede ver claramente en la “antítesis” del sermón del monte en la que Él señala lo que la Ley decía y lo que Él ahora les decía que había que hacer (se os dijo…pero yo os digo). Esto queda claro en su forma de expresarlo: “Yo os digo”. Al afirmar esto no recurre a la autoridad de los profetas sino a la suya propia. Con sus palabras manifestaba que Él está por encima de la ley porque es anterior a ella.

Esto no sólo supuso una contradicción social y religiosa, sino su desautorización. Lo que salva al hombre no es ya el mero cumplimiento de la ley sino la gracia y salvación otorgados por Él.

Jesús “libera” a los judíos de las ataduras de la Ley, pero les propone un camino más exigente: del verdadero seguimiento de Dios se desprenderá el cumplimiento de la Ley por añadidura. La libre adhesión a Dios y al prójimo a través del Mandamiento de amor será la verdadera ley.

Jesús también “golpeó” a los judíos con su actitud respecto del templo, especialmente cuando sacó del templo a los cambistas que hacían negocios en él. Una primera lectura de este hecho nos remite a la indignación de Jesús por no respetarse un lugar sagrado, pero podemos hacer una lectura más profunda. Si recordamos lo que dijo en este episodio: “Destruyan este Templo y yo lo reconstruiré en tres días” (Juan 2, 19), podemos concluir que se refería a su cuerpo. En algún grado les estaba diciendo que la unidad se debía dar en su cuerpo, que Él era más importante y universal que el templo. Templo que para los judíos era un símbolo de poder, unidad y de la exclusividad de los judíos.

Además de decirles que él era más importante que el templo y lo que éste simbolizaba, les anunció que Él era el signo de la unidad en Yahvé y que no sólo los judíos estaban invitados a reunirse con Dios, sino que todos tenían esa posibilidad, posibilidad que encarnaba Él y hacía posible a través de su legado a sus seguidores. Es más, profetizó la destrucción total del templo de Jerusalén pero a la vez la permanencia del nuevo Pueblo de Dios en torno al nuevo “Templo” definitivo que constituía Él mismo.

El tercer gran aspecto novedoso del mensaje y de la conducta de Jesús lo constituyó su trato con Dios y lo que manifestó a los judíos sobre Yahvé. Primero rompió y criticó ácidamente la tradición de los fariseos de preocuparse más de la forma que del fondo para encontrar a Dios (Lucas 18, 11-12) y la conducta poco piadosa de los sacerdotes (Lucas 10, 31-32). A ambos grupos los acusó de no estar comprometido con la búsqueda de la propia santidad, a través de la entrega a los demás (Mateo 5, 43-48). Jesús les dijo que Él venía a ayudar a los pecadores, a los que no tenían esperanza, a los esclavos, a los pobres, a los publicanos, es decir a todos los que los fariseos y sacerdotes despreciaban (Lucas 19, 1-10) y que esa era la forma correcta de llegar a Yahvé.

También les señala que Yahvé está con las personas, y por eso lo debían ver como un ser cercano. Por lo mismo cuando Él se refería a Yahvé lo denominaba Abba, denominación que implicaba un alto grado de cercanía con Dios, lo que para la sensibilidad de sus contemporáneos era impensable y una falta de respeto. Jesús no sólo lo llamaba así, sino que enseñó a los suyos a llamarlo de la misma manera (Ver Mt 6, 9). Esto tenía que ver además con el mensaje de que Él era hijo de Yahvé y que todos los que quisieran ir a Dios debían hacerlo a través de Él. Él estaba con y entre los hombres, se había hecho igual a todos y vivía entre todos, por lo tanto Yahvé era tan cercano a todos como lo era Él mismo. Éste mensaje de la cercanía de Dios a los hombres y del triunfo del amor, se manifestaba en la humildad. El mayor ejemplo de humildad no sólo lo constituyó el hecho de haber habitado como hombre entre los hombres, sino especialmente la forma en que Jesús vivió la vida, el lugar en el que nació nos da el primer indicio. En su vida pública, dedicada a la predicación, estuvo siempre cerca de los más sencillos, de los enfermos, de los necesitados, de los despreciados y de los ignorados. Al momento de dejar la tierra lo hizo de la forma que estaba reservada para quienes habían cometido delitos graves, es decir, para las personas más despreciadas por la sociedad: muerte en cruz. La muerte en cruz no sólo fue la cristalización de la misión de Jesús en la tierra, sino un último mensaje que invitaba a vivir la vida con humildad y entregando amor a todos sin distinción. Era por lo tanto Dios, un ser cercano, muy distinto al que concebía la sociedad judía de la época.

Jesús murió, pero, según los testigos recogidos en los evangelios, al tercer día resucitó y durante los días siguientes se apareció varias veces a los discípulos, para finalmente ascender al Cielo. La religión judía considera a Jesús como un profeta, pero no acepta que haya sido el Hijo de Dios. Los judíos observantes siguen esperando al Mesías.

El nuevo mensaje de Jesús por lo tanto se convirtió en una nueva forma de hacer el bien y una nueva verdad. Sin lugar a dudas Jesús revolucionó a la sociedad de su época con un mensaje renovador que implicaba una nueva forma de ver la vida y de relacionarse con los demás. El bien ya no consistiría en la observancia formal de la Ley, sino que la observancia de su profundo contenido, y el templo ya no sería el símbolo de la grandeza y la exclusividad de los judíos. Ahora el bien sería el amar a los demás y seguir a Jesús y su nuevo mensaje. Ese nuevo mensaje no sólo era el bien, sino también la verdad que consistía en que la salvación no era sólo para un pueblo elegido, sino para todos quienes optaran por el bien que enseñaba Jesús con sus palabras y con su vida.
[1] Sanhueza, Kreti. “Trinidad y Cristología”. Chile. IPHC. 2003. Pág. 42.
[2] Sanhueza, Kreti. “Trinidad y Cristología”. Chile. IPHC. 2003. Pág. 33
[3] Ibid. Pág. 35