jueves, 3 de abril de 2008

SÓCRATES Y LA ENCARNACIÓN DE LOS VALORES DE VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA .


SÓCRATES Y LA ENCARNACIÓN DE LOS VALORES DE VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA .


Ser sabio, de acuerdo con la Sabiduría griega, más que un saber de muchos datos e informaciones, implica un saber orientarse en el mundo, un saber práctico para discernir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Y es por el uso de ese discernimiento práctico que el sabio se constituye en modelo de vida, en fuente viva de enseñanza para los hombres de su época. La sabiduría, de acuerdo con Max Scheler en su obra “El saber y la cultura “, no es otra cosa que el conocimiento directo de los valores en cada caso concreto. Si a ello le sumamos que el sabio griego ha recibido misteriosamente su saber de un poder sobrehumano que lo ha privilegiado, sea llamado Dios, Naturaleza, logos, nos encontramos exactamente con la figura de Sócrates.

Por esta razón y por su actividad, Sócrates (Atenas, 470-399 a. de C.) es considerado a menudo como el más grande sabio de su época y uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos. El peso de sus ideas fue tan grande, que a todos los filósofos griegos que le precedieron se les denomina presocráticos.

A diferencia de los antiguos héroes griegos, hijos de dioses y mortales, Sócrates nace en Atenas, en el demos de Alopece –barrio industrial de la ciudad– entre los años 470 y 469 a.C. Su padre es el escultor Sofronisco, quien se casa en segundas nupcias con la partera Fenarita. Se dice que tuvo la educación tradicional de los niños atenienses. En edad adulta, más bien avanzada, se casó con Jantipa, con quien tuvo 3 hijos.

A Sócrates no se le conoce actividad remunerada y se calcula que tenía una fortuna modesta que, como todo Atenas, perdió en la Guerra del Peloponeso. Participó en tres campañas militares en calidad de hoplita, esto es, soldado de infantería con armadura pesada que debió costearse él mismo, ya que el Estado no proveía de armas a sus soldados.

Era un hombre recio, feo, burlón y profundo. Con sus amigos, era considerado amable y sencillo, de desordenado aspecto y entregado sin descanso a la reflexión filosófica y moral y enemigo de los discursos escritos. De hecho no escribió nada y llamó a sus seguidores a no leer lo escrito por otros ya que allí sólo encontrarían opiniones de esos otros pero no necesariamente la verdad.

Sabemos de él, de su vida y de su muerte, a través de tres fuentes: Platón, Jenofonte y Aristóteles. El primero de ellos, fue su discípulo durante 9 años de su juventud y estuvo a su lado en el juicio. Jenofonte, fue su seguidor durante dos años ya que se enrola con los espartanos en la subida hacia Mesopotamia contra Artejerjes y, a su regreso Sócrates había muerto. Finalmente, Aristóteles no lo conoce personalmente. Lo menciona en sus escritos de manera ocasional y motivado por el recuerdo de alguna definición o pensamiento atribuido a Sócrates. Lo presenta como el descubridor del concepto, del razonamiento inductivo y de las definiciones universales.

Su actividad incesante se basaba en el diálogo que provoca réplica y da origen a nuevas ideas. Su método es de constante búsqueda del motivo de la acción humana y de los valores fundamentales como el bien, la justicia, la santidad o virtud, la verdad. Acepta como fundamento válido de la acción únicamente aquellos principios que pueden justificarse racionalmente, sin necesidad de recurrir a una autoridad. Estaba convencido que partiendo del examen de los individuos y del análisis de sus convicciones se podía llegar a conocer objetivamente aquellos valores que aparecen como fundamento de cada acción. Pues de los casos individuales, aislados y subjetivos, quería remontarse al concepto y a la definición universal.

Al respecto, Gianini nos señala: “Sócrates hizo del diálogo la más importante actividad de su existencia, y al detener a sus conciudadanos día a día para interrogarlos sobre sus propias actividades y sobre el sentido de sus actos, hizo del diálogo la actividad más importante de Atenas: De tal modo que Sócrates no sólo fue el tábano de los atenienses, como él mismo se apodara. En Sócrates tuvieron su conciencia y encontraron su propia lucidez. […] Con Sócrates, la filosofía se estaba volviendo una verdadera provocación pública.”

En la práctica, el método de Sócrates consistía en dialogar preguntando a los hombres más representativos de la ciudad acerca de lo que éstos estimaban como la verdad más sólida. Y a sus respuestas oponía preguntas cada vez más implacables, haciendo caer los prejuicios y las falsas seguridades hasta el punto en que el interrogado quedaba reducido a la vergüenza de tener que confesar que su actividad, de la cual había estado seguro y daba sentido a su quehacer, se revelaba como un error, prejuicio o meras impresiones o contradicciones. Para lograr que este proceso ocurriera con poca resistencia, Sócrates utilizaba el halago de la ignorancia hasta que ésta se hace visible a todos y en especial a los ojos de su “víctima”. Al final de la sesión, se propone un ejemplo interesante de este proceso, relatado por Platón en uno de sus Diálogos: Menón.

Este proceso, al que Sócrates llamaba Ironía, concluía con el reconocimiento de no saber lo que se creía saber. En realidad, nadie sabía mucho de nada —pensaba Sócrates—, pero él era más inteligente que los demás porque sabía que era ignorante. El resto, en cambio, a pesar de ser tan ignorantes como él, pensaban que eran muy sabios. Después de ello, era posible pasar al segundo paso, la Mayéutica, proceso de alumbramiento de la verdad, que surgirá del interior de los interrogados como una especie de alumbramiento espiritual .

Sin embargo, la especial contribución de Sócrates a la filosofía tiene un marcado tono ético. La base de sus enseñanzas y lo que inculcó, fue la creencia en una comprensión objetiva de los conceptos de justicia, amor y virtud y el conocimiento de uno mismo. Creía que todo vicio es el resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien, actuarán de manera justa. Su lógica hizo hincapié en la discusión racional y la búsqueda de definiciones generales, como queda claro en los escritos de su joven discípulo, Platón, y del alumno de éste, Aristóteles. A través de los escritos de estos filósofos Sócrates incidió mucho en el curso posterior del pensamiento especulativo occidental.

Parte de esa enseñanza la aboca a una de sus principales preocupaciones: la búsqueda permanente del bien común. Él es consciente de su contribución a tal bien especialmente a través del diálogo y del hecho de despertar conciencias –se autodefine como tábano de Atenas. En este ámbito va a demostrar que el bien individual sólo es posible sobre la base del bien común, es decir, en la sujeción racional de la conciencia a la exigencia objetiva del bien, exigencia de la que desprende y en la que fundamenta los bienes individuales. El conocimiento del bien y de sus exigencias es la verdad que hace posible los actos buenos. Así –sostendrá- el alma que procede injustamente, para poner primero “su bien” sobre el Bien, rompe la armonía común y, el mal necesariamente caerá sobre ella. Sócrates sostendrá que la causa del mal es la ignorancia, porque conociendo el bien no cabe sino practicarlo.

El juicio
Una mañana de fines del invierno a inicios del 399 a.C. se reúne una de las secciones del Tribunal Popular para examinar la acusación presentada por tres ciudadanos: Anito, Melito y Licón contra Sócrates. Cada uno de ellos representa los estamentos más representantes del pueblo ateniense: política, poesía y retórica

Para comprender mejor la situación en que se desarrolló el juicio de Sócrates, recordemos, primero, que el método de la ironía tenía como consecuencia dejar en ridículo a los intelectuales con quienes hablaba. Esto le creó enemistades entre los atenientes que consideraban que sus ideas podía ser peligrosas; además Atenas vivía un momento de crisis: ciudad otrora cabeza de un imperio, convertida ahora en una potencia de segundo orden, humillada y debilitada; un ambiente propicio para el surgimiento de agitadores y políticos inescrupulosos, buscando su momento de fama ante las reuniones de ciudadanos. Éstos eran algunos de los elementos que abonaron el terreno para que el más grande sabio de la Antigüedad clásica fuera asesinado por la más equilibrada democracia de Grecia: Atenas, símbolo del origen de las libertades occidentales.

El juicio presentó, como es natural, muchos elementos controvertidos, y ha animado innumerables discusiones en los 25 siglos siguientes. Todo esto, que destaca el compromiso del sabio con sus ideas, incluso a costa de su vida, es central en la figura de Sócrates.

Aunque fue un patriota y un hombre de profundas convicciones religiosas, Sócrates sufrió sin embargo la desconfianza de muchos de sus contemporáneos, a los que les disgustaba su actitud hacia el Estado ateniense y la religión establecida. Fue acusado de despreciar a los dioses del Estado y de introducir nuevas deidades, una referencia al daemonion, o voz interior mística, a la que Sócrates aludía a menudo. También fue acusado de corromper la moral de la juventud, alejándola de los principios de la democracia y se le confundió con los sofistas, que, como maestros de la palabra, enseñaban a los jóvenes a hacer que la peor razón apareciera como la razón mejor.

La Apología de Platón recoge lo esencial de la defensa de Sócrates en su propio juicio; una valiente reivindicación de toda su vida. Fue condenado a muerte, aunque la sentencia sólo logró una escasa mayoría. Cuando, de acuerdo con la práctica legal de Atenas, Sócrates hizo una réplica irónica a la sentencia de muerte del tribunal proponiendo pagar tan sólo una pequeña multa dado el escaso valor que tenía para el Estado un hombre dotado de una misión filosófica, enfadó tanto al jurado que éste volvió a votar a favor de la pena de muerte por una abultada mayoría.

Sócrates y la verdad
Quienes acusaron a Sócrates ante el tribunal de Atenas, argumentaban que corrompía a la juventud y trataba de introducir dioses nuevos en la ciudad, distintos a los tradicionales. En realidad, el sabio se había ganado muchos enemigos y este ataque no era más que un pretexto para silenciarlo, con la muerte, de ser necesario.
Los juicios de este tipo eran tramitados ante un tribunal popular, formado por seiscientos hombres adultos, sorteados de entre los ciudadanos atenienses. En una primera fase del proceso, este jurado escuchaba los alegatos de acusadores y acusados. Si decidía la culpabilidad del acusado, éste podía dirigirse una vez más al jurado, para obtener una atenuación de la pena, pues el delito de irreligiosidad podía ser castigado incluso con la muerte, como le ocurrió a Sócrates.

Los discursos que pronunció Sócrates en su defensa quedaron registrados en la Apología, la única de todas las obras de Platón, inspiradas en su maestro Sócrates, que no presenta exactamente la forma de un diálogo.

Probablemente sus enemigos adivinaban que Sócrates era demasiado íntegro como para renunciar a sus convicciones, aun si eso le costaba la vida, esperando así que el mismo sabio pusiera su cuello a disposición del verdugo.

Sócrates había dedicado gran parte de su vida a cuestionar la moralidad de sus conciudadanos y a la ciudad. Actuaba como una especie de voz de la conciencia. Y todos sabemos lo molesta que puede llegar a ser la conciencia cuando no hacemos el bien. Durante su discurso de defensa, el sabio afirmó que esta actividad de permanente cuestionamiento de las cosas le era ordenada por lo que él denominaba su daimon, una especie de presencia sobrenatural que le advertía sobre las buenas y las malas acciones. Muchos autores han querido ver en este daimon algo similar a la conciencia que aconseja a las personas. El sabio, en lo posible, no deseaba contravenir las leyes de Atenas, pero dejó muy claro, desde el principio, que no pensaba renunciar a sus convicciones, sin importar las consecuencias. Primero debemos obedecer el código de decencia establecido por la divinidad en nuestra alma: antes que las leyes de los hombres, es necesario obedecer la Ley de Dios.

Finalizó diciendo que, si era perdonado por los jueces, seguiría haciendo exactamente lo mismo, porque estimaba que aquello era su obligación moral. El pueblo, representado por el jurado, un tanto ofendido, lo declaró culpable por un estrecho margen de votos. Los acusadores pidieron la pena de muerte y tal vez lo más razonable habría sido pedir una atenuación de la sentencia, pero ya hemos visto que no sería Sócrates quien suplicaría por su vida a costa de lo que honradamente creía eran la verdad y el bien.

En vez de someterse a la autoridad del tribunal, declaró que nadie como él se preocupaba por el bien de Atenas, puesto que siempre había perseguido el mejoramiento moral de sus compatriotas a través de sus célebres conversaciones. Por lo tanto, la ciudad no tenía derecho a castigarlo, más bien, debían otorgarle los máximos honores, es decir su manutención por parte del estado.

Los seiscientos jurados reaccionaron indignados ante lo que consideraron una insolencia. Desde su perspectiva, ningún filósofo, por ilustre que fuera, podía atreverse a cuestionar la soberanía ilimitada del pueblo de Atenas. Los derechos del pueblo sólo podían ser determinados por una entidad: el mismo pueblo. Y, al mismo tiempo, eso implicaba que la verdad misma era determinada mediante las votaciones de ese pueblo.

Sócrates, entonces, fue sentenciado a beber cicuta, esta vez por un margen de votos abrumador.

El legado de la actitud de Sócrates no puede dejar indiferente a nadie. El hecho de ser condenado a muerte de manera tan injusta y de hacerlo por amor a la verdad, recuerdan al juicio y condena a muerte de Jesucristo, con Quien muchos estudiosos lo han comparado.

Pero lo que más llama la atención de Sócrates es su entrega incondicional a aquello que considera la verdad y el bien. Si su conciencia le mandaba hacer algo, debía actuar en consecuencia, sin disculpas. Ni siquiera el riesgo de su vida lo excusaba del deber impuesto por la ley divina. Y la fidelidad del sabio a sus convicciones llegó más lejos todavía. La noche anterior a su ejecución, la pasó en vela con sus amigos, quienes fueron a despedirse de él. Parece que tenían preparado un plan para su escape de la prisión, pero Sócrates se negó a huir. Si toda su vida había gozado de la protección de las leyes de Atenas, no tenía intención de quebrantarlas ahora. En otras palabras, como repite tantas veces en los Diálogos platónicos, es preferible sufrir una injusticia, antes que cometerla.

Sócrates murió tal como vivió. Además del episodio de su juicio y condena, son muchos los ejemplos de rectitud, honradez y consecuencia. En la guerra, fue un soldado valiente que luchó con distinción en varios frentes y, como ciudadano, fue reconocido por oponerse a todos los abusos de autoridad, sin importar de qué facción política provinieran. Para el sabio, una conducta injusta nunca se convierte en justa, por muy legítima que sea la autoridad que la ordene. Del mismo modo, una mentira o un error jamás se transforman en verdad, aunque así lo hubiera votado todo el pueblo de manera unánime. Su vida y obra es un permanente llamado a actuar siempre teniendo en vista la honradez de nuestras intenciones y la bondad de nuestras acciones, aunque debamos pagar un alto precio por nuestra consecuencia.


Texto complementario: Extracto del Menón.

“Sócrates: ¿qué afirmas que es la virtud? Dímelo y no me rehúses, para que mi error resulte el más feliz de los errores, si se demuestra que tú y Giorgias lo sabéis, habiendo dicho que yo no he conocido nunca a nadie que lo supiese.

Menón: Pues no es difícil de decir, Sócrates. En primer lugar, si quieres la virtud del hombre, es fácil: la virtud del hombre consiste en ser capaz de administrar los asuntos del estado y administrándolos hacer bien a los amigos, mal a los enemigos y cuidarse de que a él no le pase nada de eso. Si lo que quieres es la virtud de la mujer, no es difícil explicar que es necesario que ella administre bien la casa conservando cuanto contiene y siendo sumisa a su marido. Distinta es la virtud del niño ya sea hembra o varón, y la del hombre viejo, si quieres, libre, y si quieres, esclavo. Y hay muchísimas otras virtudes, de modo que no es problema decir, acerca de la virtud, qué es: pues en cada una de las actividades y épocas de la vida y para cada cosa tiene cada uno de nosotros la virtud; y del mismo modo, creo Sócrates, que también el vicio.

Sócrates: Me parece que ha sido mucha la suerte que he tenido, Menón, puesto que buscando una sola virtud me he encontrado con un enjambre de virtudes que están en ti. Ahora bien, Menón, siguiendo esta imagen de enjambre, si al preguntarte yo qué es la esencia de la abeja me dijeras que son muchas y de diversas clases, ¿qué contestarías?, si yo te preguntara : “¿Afirmas que aquello por lo que son muchas y de diversas clases y diferentes unas de otras es el ser abeja?, ¿o no difieren en nada por eso, sino por alguna otra cosa por el estilo?, dime, ¿Qué responderías si así te preguntase?

Menón: Pues que nada difieren, en tanto que son abejas, la una de la otra.

Sócrates: Y si a continuación dijera yo: “Entonces dime también lo siguiente, Menón, aquello en lo que nada difieren sino que son la misma cosa todas, ¿qué afirmas que es?”, tendrías sin duda alguna qué decirme?

Menón: Sí.

Sócrates : Pues así ocurre también con las virtudes : aunque también son muchas y de diversas clases, en todo caso una única y misma forma tienen todas, gracias a la cual son virtudes, y que es lo que está bien que tenga en cuenta, al contestar a quien explica lo que es la virtud : ¿ o no comprendes que quiero decir?

Menón: Me parece que sí lo comprendo: sin embargo todavía no he captado como yo quisiera el sentido de la pregunta.

Sócrates: ¿Es que sólo sobre la virtud te parece, Menón, que de ese modo por una parte la del hombre, por otra la de la mujer, etc. O también sobre la salud y sobre la estatura y sobre la fuerza del mismo modo? ¿Te parece que una es la salud del hombre y otra la de la mujer?, ¿o es en todos los casos la misma forma, siempre que sea salud, ya esté en el hombre, ya en cualquier ser?

Menón: La misma salud me parece que son la del hombre y la de la mujer.

Sócrates: ¿Entonces también la estatura y la fuerza? ¿Si una mujer es fuerte, será fuerte por la misma forma y por la misma fuerza? Porque por ese “por la misma” quiero decir lo siguiente: no hay diferencia para el hecho de ser fuerza, en que la fuerza esté en un hombre o en una mujer. ¿O te parece a ti que sí la hay?

Menón: No.

Sócrates: Pero respecto a la virtud, por el hecho de ser virtud ¿habrá diferencia en que esté en un niño o en un viejo, en una mujer o en un hombre? ”