domingo, 16 de marzo de 2008

CULTURA E IGLESIA


EXTRACTO DEL DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA[1]
Universidad Católica de Santiago de ChileSantiago, Viernes 3 de abril de 1987

[…] “La cultura de un pueblo –en palabras del documento de Puebla de los Ángeles– es «el modo particular como los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismo y con Dios (
Gaudium et spes, 53) de modo que puedan llegar a "un nivel verdadera y plenamente humano" (Ibíd.)» (Puebla, 386).


La cultura es, por tanto, “el estilo de vida común” (Gaudium et spes, 53) que caracteriza a un pueblo y que comprende la totalidad de su vida: “el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan... las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social” (Puebla, 387). En una palabra, la cultura es, pues, la vida de un pueblo. […]
3. En este sentido el mundo de la cultura es parte de la conciencia del pueblo; es por ello que vosotros estáis llamados a tomar parte activa en la configuración de dicha conciencia.


“El hombre vive una vida verdaderamente humana, gracias a la cultura” (Discurso a la Unesco, n. 6, 2 de junio de 1980). La cultura, por su parte, en la variedad y riqueza de su creatividad, da razón de que el hombre es un ser distinto y superior al mundo que lo rodea. Por esto, “el hombre no puede estar fuera de la cultura” (Ibíd.).


Del reconocimiento de su condición como “ser distinto y superior” surgen simultáneamente en el hombre el interrogante antropológico y el ético. Y sobre este fundamento arraiga lo esencial de toda cultura, es decir, “la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios”; lo cual conduce, a que “la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura –familiar, económico, político, artístico, etc.– en cuanto los libera hacia un último sentido trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente” (Puebla, 389).


4. Ved, pues, la ardua tarea y grave responsabilidad que aguarda a todo hombre que se precia del título de hombre de cultura. Permitidme en esta circunstancia recordaros algunas de ellas, que me parecen particularmente urgentes. En primer lugar, se hace necesario un proceso de reflexión, que desemboque en una renovada difusión y defensa de los valores fundamentales del hombre en cuanto tal, en su relación con sus semejantes y con el medio físico en que vive. A este respecto, os aliento encarecidamente a que sepáis presentar en su justa imagen una cultura del ser y del actuar. “El "tener" del hombre no es determinante para la cultura, ni es factor creador de cultura, sino en la medida en que el hombre, por medio de su "tener", puede al mismo tiempo "ser" más plenamente hombre en todas las dimensiones de su existencia, en todo lo que caracteriza su humanidad” (Discurso a la Unesco, n. 7, 2 de junio de 1980). Una cultura del ser no excluye el tener: lo considera como un medio para buscar una verdadera humanización integral, de modo que el "tener" se ponga al servicio del "ser" y del "actuar".


En términos concretos, esto significa promover una cultura de la solidaridad que abarque la entera comunidad. Vosotros, como elementos activos en la conciencia de la nación y compartiendo la responsabilidad de su futuro, debéis haceros cargo de las necesidades que toda la comunidad nacional ha de afrontar hoy. Os invito, pues, a todos, hombres de la cultura y “constructores de la sociedad”, a ensanchar y consolidar una corriente de solidaridad que contribuya a asegurar el bien común: el pan, el techo, la salud, la dignidad, el respeto a todos los habitantes de Chile, prestando oído a las necesidades de los que sufren. Dad cumplida y libre expresión a lo que es justo y verdadero y no os sustraigáis a una participación responsable en la gestión pública y en la defensa y promoción de los derechos del hombre. […]


5. La Iglesia, en esta hora cargada de responsabilidades, os acompaña en vuestra ineludible misión de buscar la verdad y de servir sin descanso al hombre chileno. Desde su propio ámbito os alienta a profundizar en las raíces de la cultura chilena; a robustecer vuestra función dentro de la comunidad con niveles de competencia científica cada vez más serios y rigurosos, y evitando la tentación de aislamiento respecto de la vida real y de los problemas del pueblo. De este modo, prestaréis una magnífica e insustituible contribución a la toma de conciencia de la identidad cultural por parte de vuestro pueblo.


La identidad cultural supone tanto la preservación como la reformulación en el presente de un patrimonio pasado, que pueda así ser proyectado hacia el futuro y asimilado por las nuevas generaciones. De esta manera, se asegura a la vez la identidad y el progreso de un grupo social.
En el pueblo, que conserva de manera notable la memoria del pasado y está expuesto en forma directa a las transformaciones del presente, vosotros podréis encontrar las raíces de aquellas peculiaridades que hacen de la vuestra una cultura que tiene ciertos rasgos comunes con la de otras naciones del mundo latinoamericano, una cultura chilena, cristiana y católica, una cultura noble y original.


6. Si el caminar solidario con el pueblo es garantía de permanencia de una memoria fiel a sus raíces y de profundización en lo que pudiera llamarse la identidad cultural de la nación, la opción preferencial por los jóvenes es garantía de futuro.


La cultura es una realidad inserta en el devenir histórico y social (Gaudium et spes, 53). La sociedad la recibe, la modifica creativamente y la transmite sin pausa, a través del proceso de la tradición generacional (cf. Puebla, 392). Los jóvenes son, por naturaleza, uno de los vehículos de transmisión y de transformación de la cultura.


La presencia de los jóvenes en la universidad (y en Centros de Educación Superior) contribuye a hacer de ésta un centro ideal para la gestación de las renovaciones culturales que, en el transcurso del tiempo, fomente el desarrollo de la persona humana en todas sus capacidades. De ahí que la Iglesia, desde el campo que le es propio, pretenda renovar y reforzar los vínculos que la ligan a la institución universitaria de vuestro país desde su mismo nacimiento.


Lejos de pretender restaurar antiguas formas de mecenazgo hoy día impracticables, la Iglesia, movida por su indeclinable vocación de servicio al hombre, dirige su llamada a todos los intelectuales chilenos –comenzando por los propios hijos de la Iglesia– para que lleven a cabo esa labor integradora, propia de la verdadera ciencia, que asiente las bases de un auténtico humanismo. En esta perspectiva, cobra actualidad aquel proceso siempre nuevo que el documento de Puebla llama “evangelización de las culturas” (Ibíd., 385).


7. Dicha evangelización se dirige al hombre en cuanto tal. Partiendo de la “dimensión” religiosa, tiene en cuenta a todo el hombre y se esfuerza por llegar a él en su totalidad. Una genuina evangelización de las culturas ha de seguir obligatoriamente esta trayectoria, puesto que, en última instancia, es el hombre el primer artífice y el beneficiario de la cultura”. […]

© Copyright 1987 - Libreria Editrice Vaticana

[1] http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1987/april/documents/hf_jp-ii_spe_19870403_mondo-cultura-cilena_sp.html (Del 14 enero 2008)