viernes, 2 de mayo de 2008

BIBLIOGRAFÍA VIRTUDES ROMANAS


ALGUNAS FUENTES LATINAS PARA LA REFLEXIÓN ACERCA DE LAS VIRTUDES ROMANAS

Séneca:

A la opinión y fama démosles su lugar debido; que no pretendan guiarnos, sino que nos sigan.
Al comienzo fueron vicios, hoy son costumbres.
Amad para ser amados.
Aquel a quien el crimen es beneficioso es el que lo ha cometido.
Aunque avergüence decirlo, sólo pensamos en la virtud cuando no tenemos otra cosa que hacer.
Con el fuego se prueba el oro. Con las desgracias, los grandes corazones.
Cuando no se puede corregir algo, lo mejor es saberlo sufrir.
Cuanto mayor es la prosperidad, tanto menos se debe confiar en ella.
Al hombre sabio no se le puede injuriar.
Desdichado el que por tal se tiene.
Desgraciado todo aquel que se angustia por el por venir.
El camino más breve para enriquecerse es menospreciarlas riquezas.
El hombre es un animal social.
El hombre, ese ser tan débil, ha recibido de la naturaleza dos cosas que deberían hacer de él el más fuerte de los animales: la razón y la sociabilidad.
El premio de toda acción buena es haberla hecho.
El que teme es un esclavo.
El que tenga mucho poder, úselo suavemente.
El sol luce incluso para los malvados.
El valor languidece cuando no tiene rivales.
En las discusiones prolongadas se pierde la verdad.
En lugar más bajo estarás más seguro.
En otros tiempos se limitaban a alimentar al cuerpo como a un servidor; hoy se le sirve como a un amo.
Enseñando se aprende.
Es tan grande el placer que se experimenta al encontrar un hombre agradecido que vale la pena de arriesgarse a hacer un ingrato.
Estudia no para saber algo más sino para saber algo mejor.
Fiarse de todo el mundo y no fiarse de nadie son dos vicios: pero en el uno se encuentra más virtud, y en el otro más seguridad.
Igual virtud es moderarse en el gozo que moderarse en el dolor.
La amistad siempre es provechosa; el amor a veces hiere.
La juventud debe acumular; la vejez, usar.
La lealtad constituye el más sagrado bien del corazón humano.
La naturaleza nos da el germen de la ciencia, pero no la ciencia. Ésta debemos procurárnosla con el estudio.



Marco Tulio Cicerón:
La República
Libro Primero.


“... Cuando, al dejar mi consulado, pude jurar en la asamblea que yo había salvado (la república), y el pueblo romano lo juró también, compensé sobradamente la cuita y disgusto de todas las ofensas recibidas; aunque es verdad que los sucesos de mi consulado más tuvieron para mí de honor que de sufrimiento, y fueron causa, no tanto de disgusto cuanto de gloria, y sentimos mayor alegría por el apoyo de la gente honrada que dolor por la alegría de la mala. Mas, si, como he dicho, no hubiera sido así, ¿cómo podría quejarme cuando por tan grandes hechos no me sucedió ningún mal imprevisto ni mayor de lo que yo esperaba? Pudiendo yo disfrutar con el ocio más que otras personas a causa del deleite de los estudios en que había vivido desde niño, y pudiendo sufrir la misma mala suerte que los demás, y no más, en caso de que ocurriera algo malo para todos, no dudé en hacer frente a la tempestad y diría que a los mismos rayos para salvar a los ciudadanos y procurar común sosiego a los demás a costa de mis propios riesgos; porque no nos engendró ni educó la patria con la condición de que no pudiera esperar de nosotros unos, diríamos, alimentos, y nos procurara ella a nuestro ocio un refugio seguro, sirviendo sólo a nuestra comodidad un lugar tranquilo y en paz, sino que se tomó ella en garantía, para su propio interés, gran parte y lo mejor de nuestro valor, ingenio y prudencia, y nos dejó para nuestro particular provecho tan sólo lo que le pudiera sobrar a ella.

Ningún caso hemos de hacer, ciertamente, de aquellos subterfugios que se alegan como excusa para disfrutar mejor del ocio; cuando dicen que sólo suelen acceder a la política personas que no valen para nada, con las que es cosa ruin el alternar, y desgraciado y arriesgado el enfrentarse, sobre todo ante una muchedumbre enardecida; por lo cual, no sería digno de un sabio tomar las riendas cuando no es posible frenar los arrebatos locos y salvajes de la masa, ni propio de un hombre libre luchar con adversarios sin escrúpulos ni humanidad, o exponerse a injurias indignas de un sabio: como si para dedicarse a la política las personas honestas, firmes y de gran valor, no hubiera causa más justa que la de no someterse a los malvados y no soportar que estos arruinen la república, porque, si ellos mismos quisieran poner remedio, tampoco lo podrían conseguir.

En fin, ¿quién podría aprobar la afirmación de que el sabio no debe tomar parte alguna en la política, salvo que le obligue a ello el apremio del momento? ¿Acaso puede verse alguien apremiado por mayor necesidad que la que tuvimos nosotros, en la que nada hubiera podido hacer de no ser yo cónsul en aquel momento? Pero ¿cómo hubiera podido yo ser cónsul si no hubiera seguido desde mi juventud la carrera por la que , aun habiendo nacido como simple caballero llegué a alcanzar la máxima magistratura? En efecto, no se puede tener la potestad de salvar a la república en cualquier momento o cuando se quiere, aunque se vea aquélla amenazada, a no ser que se halle uno en posición de poder conseguirlo.

Y siempre me ha parecido por demás sorprendente, en el discurso de tales teóricos, que se nieguen a tomar el timón en mar tranquilo, porque no aprendieron ni jamás se preocuparon de saber hacerlo, y en cambio reconozcan que lo tomarían en caso de levantarse las olas tempestuosas; porque suelen proclamar que nada han aprendido jamás, ni enseñado, acerca de la ciencia de constituir o defender las repúblicas, jactándose mucho de ello, y piensan que debe dejarse tal ciencia, no a los hombres cultos y sabios, sino a los prácticos en la materia. ¿Cómo es posible prometer sus servicios a la república cuando se vean apremiados por la necesidad, si no son capaces de gobernar la república cuando, como sería mucho más hacedero, nada les obligue a ello? En fin, para que sea verdad lo de que el sabio no suele descender por su propia voluntad a los asuntos públicos, sino tan sólo cuando le apremia la ocasión, y entonces no deba rehusar ese servicio, me parece que el sabio no debe en modo alguno descuidar esa ciencia de los asuntos civiles, por la razón de que debe prepararse en todo aquello que no sabe si alguna vez tendrá necesidad de ejercitar.