domingo, 18 de mayo de 2008

LA ENCARNACIÓN DE LOS VALORES DE VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA EN JESÚS DE NAZARET.


LA ENCARNACIÓN DE LOS VALORES DE VERDAD, BIEN Y TRASCENDENCIA EN JESÚS DE NAZARET.


En este punto se hace indispensable advertir que, desde la perspectiva cristiana propia de una institución como la nuestra, no tenemos ante nosotros sólo a un hombre grande y admirable, también estamos en presencia de la Divinidad y eso nos obliga a aproximarnos al problema de su vida y obra con un espíritu distinto del que tenemos al abordar otros personajes del curso.

Además, conviene aclarar que la encarnación de los grandes valores en la figura de Jesús de Nazaret se presentará más claramente una vez considerados su predicación y la implantación del Reino de Dios.

El gran tema del Mensaje de Jesús, como Él mismo expresó, es el Reino de Dios o Reino de los Cielos. Este concepto se refiere al reinado o soberanía de Dios por sobre todas las cosas, y se opone por definición al reinado de los poderes terrenales.

La expresión Reino de los Cielos es particularmente judía debido a la costumbre hebrea de no nombrar a Dios. Es frecuentemente mencionado en la Tanaj -conjunto de los 29 libros de la Biblia hebrea, llamado por los cristianos Antiguo Testamento - y está unido a la convicción judía de que Dios habría de intervenir directamente para restaurar el estado de Israel y luego regir sobre él. El Reino de Dios fue expresamente prometido al Rey David, a través de un pacto con Dios. En él, Dios habría prometido que reinaría siempre alguien de su “casa” en el trono de Israel. Esto fue interpretado como que de la descendencia de David saldría el Mesías que se sentaría en el trono de David y gobernaría por la eternidad.
La expresión “Reino de Dios” se encuentra mencionada predominantemente en el Nuevo Testamento, específicamente en los Evangelios. Y agrupa varios conceptos centrales anunciados por Jesús de Nazaret, entre los que destacan las siguientes:
Es algo ya presente: los evangelios describen a Jesús proclamando el Reino como algo que ya está cerca, que está llegando en el presente, no como una realidad futura. Las obras de Jesús, al sanar enfermedades, expulsar demonios, enseñar una nueva ética para la vida y ofrecer una nueva esperanza en Dios, se entienden como una demostración de que el Reino está en acción. Por su vida sin mancha ni falta y mediante sus milagros demuestra a los judíos cómo es el Reino.
Jesús, con sus palabras u sus obras, pone de manifiesto cómo actúa Dios en el mundo y la historia. De hecho, Jesús pide “venga tu Reino” (Mt 6,10)
[1] en la única oración que enseña, el Padrenuestro.
El Reino de Dios en la predicación de Jesús se refiere también al cambio de corazón y mente (metanoia) en los creyentes, con lo que da énfasis a la naturaleza espiritual de su Reino. En este aspecto Jesús usó el concepto “Reino de Dios” de una forma que se contrapone a la de los revolucionarios judíos del siglo I (zelotes), que creían que el Reino era una realidad política que llegaría con una revuelta violenta contra los romanos y que tendría como resultado una teocracia judía.
En la teología católica (que significa universal), Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún al peor de los pecadores, si se convierte y acepta la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen y viven con corazón humilde.
También es algo futuro: La manifestación presente del Reino fue expresada por Jesús como evidencia de una realidad más amplia en un futuro inminente. Es el “ahora y el todavía” del Reino de Dios. La Plenitud del Reino se alcanzará después del Juicio Final en la vida eterna.
En qué consiste el Reino en palabras de Jesús
Dada la condición judía de Jesús y de que su público principal también lo es, ahondaremos en el tema analizando el Evangelio según San Mateo, reconocido como el más judío de los cuatro. De hecho, se refiere constantemente a las Escrituras -el Antiguo Testamento.
Entre sus rasgos característicos descubrimos que Mateo es un profesor que agrupa las palabras en cinco grandes discursos. Insiste en la necesidad de comprender la palabra y no sólo escucharla (13, 19-23). Abrevia los relatos de los milagros, atendiendo sólo a los dos personajes involucrados, esto es, Jesús y el interesado, lo que le da un carácter didáctico.
Así mismo, Mateo es un escriba forjado en los métodos judíos de interpretar las Escrituras. Ve en Jesús de Nazaret al Señor glorificado. Por su acentuación del reino de los cielos y su esbozo de la iglesia, se le ha llamado el evangelio eclesial, que ha marcado profundamente al cristianismo occidental.
Nos centraremos a continuación en las ideas principales del Sermón de la Montaña (capítulos 5-7).
El sermón de la montaña
El Sermón de la Montaña, relatado en 3 capítulos completos de Mateo, busca presentar a Jesús ante los judíos ya conversos cómo Él cumple la Ley de Moisés: no la destruye sino la lleva a su plenitud, en la línea de los Profetas. La interioriza al señalar que se trata de amor y no de actitudes exteriores y la personaliza: se trata de vivir bajo la mirada del Padre y esto es ahora posible porque Jesús es el Hijo que nos invita a entrar en una relación filial similar a la que El tiene con el Padre.
Estos capítulos se estructuran de la siguiente manera:
0.- Exordio 5, 3-16 (Primera parte de un discurso, o parte inicial de una obra literaria que tiene por objeto introducir al receptor en el tema a tratar.)
I.- La justicia nueva superior a la antigua 5, 17-48
II.- Carácter interior de la justicia nueva 6, 1-6
III.- Tres moniciones o advertencias o cómo ser discípulo 7, 1-27
IV.- Efectos sobre las gentes 7,28-29
Las Bienaventuranzas
El Sermón de la Montaña se abre con la proclamación de las bienaventuranzas que, en este texto de Mateo están dirigidas a cualquier hombre. Aluden a actitudes interiores más que a actos externos, a diferencia de la insistencia judía de la adhesión pública a la Ley.
El evangelio (buena noticia) que proclama Jesús consiste esencialmente en la cercanía del Reino o reinado de Dios para todos. Con sus palabras y sus actos –milagros y actitud concreta hacia todo el pueblo, especialmente con los pobres, los humildes, los marginados– pone de manifiesto que ese Reino se acerca. Señala también que todo hombre es hijo de Dios, tiene una dignidad igual y es merecedor del Reino. Dentro de los menos valorados de la cultura judía de su época, se encontraban las mujeres, a quienes Jesús presta especial atención y comprensión. De esa manera en cada encuentro y relación con mujeres, Jesús pone de manifiesto el reconocimiento de su dignidad y valor propios. Es así que junto a la cruz estarán ellas encabezadas por su madre. Y será a María Magdalena a quien primero se le aparecerá después de la resurrección, según relatan los Evangelios. Esta plena valoración se mantuvo entre las primeras comunidades de seguidores.
En términos actuales podemos decir que estas bienaventuranzas y todas sus enseñanzas constituyen un programa de acción en la vida concreta política, social, económica, familiar, etc. de todo seguidor suyo. Asimismo permiten dar un sentido más profundo al trabajo humano. Así un médico que lucha contra la enfermedad, un trabajador que con sus productos hace la vida más humana, un profesor que ayuda a los jóvenes a ser ellos mismos, todo el que trabaje para que quienes lo rodean vivan como personas auténticas y felices, tienen el derecho a pensar que están realizando, modesta pero eficazmente, el reino de Dios.
Para profundizar en ellas se podría comparar las bienaventuranzas en Mateo, localizadas físicamente en una montaña con las mencionadas por Lucas en el discurso del llano para descubrir los matices en ambos. (Ver Mt 5, 3-12 versus Lc 6, 20-26)
A esta buena nueva proclamada por el propio Jesús se suma otra buena nueva proclamada por la comunidad de sus seguidores: la buena nueva relativa a Jesús. En ella el anunciador se ha convertido en el anunciado. Hay una comprensión mayor de lo vivido. La experiencia vivida de la Resurrección de Jesús de entre los muertos (prefigurada de alguna manera con la vuelta a la vida de Lázaro (Jn 11, 33-44)), proporciona a los discípulos la seguridad de que el Reino de Dios realmente ha llegado y así lo proclaman en su predicación.
El propio Jesús como mensaje
En los términos de la Alianza de Dios con el pueblo de Israel sólo Jesús como Hijo de Dios es verdaderamente justo. Pero esto no lo induce jamás a despreciar a los demás ni a considerarlos impuros. Al contrario, su justicia no abruma a quienes se encuentran con él. Observemos aquí que la justicia en el mundo judío es sinónimo de bondad y de bien, como más tarde resaltaremos al tratar de los valores de Jesús.
Toda su vida manifestada durante su ministerio fue un permanente sí a Dios. Jesús corrige la imagen judía del Dios castigador de la antigua Alianza por la de un Dios que es Padre y perdona al hijo arrepentido. Por esta misma razón llevó ese amor de Dios a los hombres hasta el límite.
Para comprender mejor la novedad de Jesús frente a la antigua forma de vivir la Ley veamos su comportamiento ante la mujer adúltera
[2]:
“Un día llevan ante Jesús a una mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio. Todos los presentes sabían lo sucedido.
Situémonos allí por un instante: la actitud de la mujer, la forma como Jesús se comporta, nos revelan tres maneras de reaccionar en relación al pecado
[3]:
1) Esa mujer ha cometido adulterio. En Israel una ley preveía el castigo a aplicar en ese caso. Es la primera forma de situarnos en relación al pecado: el pecado es lo que va contra la ley, contra el orden establecido, "lo que no debe hacerse". Todos los grupos humanos conocen esto, y la única forma de salir de la situación de pecado es aceptar la pena prevista en la ley.
2) La actitud de Jesús va a revelarnos una nueva forma de situarnos en relación al pecado: "Aquel de entre nosotros que esté sin pecado que lance la primera piedra".
Esta vez no se trata de juzgar desde fuera. Jesús hace un llamamiento a la conciencia de cada uno, a […]lo que hay de verdadero en nosotros para considerar nuestra mediocridad, nuestras torpezas, nuestros retrocesos;[…] ejemplos: un corazón hecho para amar, que de hecho se endurece, una personalidad, que sólo puede afianzarse apoyándose en otra, o en otros, y que sin embargo frecuentemente se repliega, se encierra en sí misma. Tomar conciencia de esto es aceptar que no somos mejores que los demás.
Sólo el amor, que va más allá de la falta cometida realiza lo que la simple justicia era incapaz de hacer, lo que la lucidez personal era impotente para lograr: devolver a esa mujer su dignidad.
3) Nadie dirigió la palabra a la mujer durante el tiempo de la discusión. La trataron como un objeto (el cuerpo del delito). Jesús se dirigió a ella: "Dime, ¿nadie te ha condenado?” "Nadie, Señor", respondió ella. "Yo tampoco te condeno" dijo él. "Vete, pero aún así, no peques más". La última palabra sobre la vida de esta mujer no es el mal que hizo, sino el amor de Dios por ella.
Esto nos revela que el pecado no es en principio una falta contra la ley ni contra nosotros mismos. Es algo más profundo que todo esto, es una ruptura del amor que viene más allá del corazón del hombre porque viene del mismo Dios. Y en efecto el drama de esa mujer, su pecado fue que traicionó el amor que había comprometido.
Lapidándola, como prevenía la ley, no se la podía devolver a ese amor. Eso sólo podía lograrlo una sola mirada de amor y fue eso lo que Jesús hizo”.
Jesús enseñó a perdonar y habló mucho del perdón. Cuando Pedro le preguntó cuántas veces habría de perdonar a su prójimo, "¿hasta siete veces?", Jesús contestó que debía de perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt. 18, 21 y ss.). En la práctica esto quiere decir “siempre”, pues el número setenta por siete es simbólico, y significa una cantidad incalculable, infinita. Por eso es fundamental para la vida del seguidor de Jesús el vivir esto: "Perdónanos.... como nosotros perdonamos".
Jesús acoge al pecador arrepentido. Y ante este anuncio del perdón, se desprende naturalmente un nuevo anuncio del Amor. El amor proclamado y testimoniado por Jesús está en el fondo del corazón y reside en la voluntad, a ello se le llama caridad. Se caracteriza por su interioridad, verdad, autenticidad porque es capaz de ponerse en el lugar el otro hasta compartir la desgracia ajena. Es también desinteresado, sin límites, comprendido como servicio. Y como ya hemos visto es un amor que perdona porque comprende. Podríamos agregar que, mirando la vida de Jesús, es un amor profundo, sereno, sin aspavientos. (Ver 1 Cor. 13)
Valores de Verdad, Bien y Trascendencia
Para centrarnos en el hilo que recorre nuestro curso, es necesario recapitular y hacer ahora referencia a los valores de Verdad, Bien y Trascendencia presentes en Jesús de Nazaret.
De acuerdo con la visión judía de la verdad, Jesús se identifica a Sí mismo como la verdad y lo testimonia a través de su entrega total, hasta la muerte en cruz, por cada hijo de Dios que hay que redimir. Pero este testimonio verdadero sólo es comparable con Dios Padre como la verdad absoluta. Así, Jesús se autoproclamará “el Camino, la Verdad y la Vida”
[4]. Y también dice de sí mismo “Yo soy”, identificándose con Dios Padre que así se autoproclamó ante Moisés en el episodio del Antiguo Testamento de la zarza ardiente. Jesús es el ser, es la fuente de todo lo que es, por eso permanece inmutable como referencia siempre nueva de todo lo que es, y en especial como referente último de todo hombre, como es el Hombre en plenitud, modelo acabado y perfecto de lo que todos estamos llamados a ser. Como se puede percibir, a diferencia del resto de los personajes del curso, la relación de Jesús con la verdad no es de búsqueda o hallazgo más o menos imperfecto, sino de identificación; por eso se sabe el Camino y la Meta, y por eso mismo se propone a todos los hombres como única vía de acceso a la verdad. Tampoco ningún personaje de la historia de la humanidad ha dicho de sí mismo que era la Verdad.
En cuanto al Bien, recordemos en primer lugar que en la Biblia es el hombre justo el que se presenta como modelo de bondad y Jesús así lo asume. El valor del bien, por esto, se identificaría con la justicia, que consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios y de sus mandatos. Tales mandatos se reducen a dos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”. El amor al prójimo se desprende así del amor a Dios, pues si somos criaturas e hijos de Dios, por Jesucristo, entonces entre nosotros somos hermanos y “lo que hagáis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hacéis,” dice Jesús. Por todo esto, el Bien se encuentra personificado también en Dios y sólo identificable en su plenitud con la vivencia del Amor del que da testimonio y a su vez proclama como forma de vida “buena”. Así, el bien consistirá en una vida conforme a lo que Dios quiere y espera de sus hijos. La ley moral inscrita en el fondo del corazón de cada hombre es la plasmación en el ser humano de esta bien que nuestra conciencia nos insta a seguir. Y el hecho de que Jesús cumpliera de forma perfecta la voluntad del Padre, le hace ser modelo del Bien, y, por otro lado, Él mismo es objeto del amor como Bien Supremo, identificado con el Bien. Por eso todo el que conoce a Jesús lo ama, y amándolo, le sigue.
Además, comos señalamos antes, el que vive según el criterio de bondad, es bienaventurado y feliz de una forma especialmente profunda. En esta perspectiva el mal moral sería la consecuencia de darle la espalda a este bien, y por tanto, su responsabilidad es aplicable al que toma esa opción.
La trascendencia es el encuentro con Dios. En el caso de Jesús se expresa literalmente como estar “sentado a la derecha del Padre”. Esta trascendencia es el sentido último de la vida, en tanto que orienta todo a Dios y, además, como encuentro aquí y ahora siempre que se hace presente el Reino de Dios, y después, en plenitud, en la otra vida. En Jesús, la trascendencia divina se hace cercana al hombre, pues la distancia entre el hombre finito y Dios infinito, que era infranqueable para las meras fuerzas humanas, es salvada al descender el Infinito, en Jesús, a nuestra carne, a nuestra vida y elevarnos a nosotros a su altura. Así los tres valores se representan en Dios y se personifican en Jesús y por eso se vivencian en la medida en que Dios es conocido.
[1] Biblia de Jerusalén, 1975.
[2] http://www.churchforum.org.mx/info/cristo/8_jesus_y_los_pecadores.htm Consultado el 18 enero 2008.
[3] El concepto de ‘pecado’ presente en todas las religiones se explica como la ofensa voluntaria de lo establecido como absolutamente bueno; y como es Dios la garantía última de lo moral, la ofensa es contra Dios.
[4] Jn 14,6